El hombre fue creado “a imagen y semejanza (de Dios)” (Gén. 1, 26), en estado de gracia e inocencia, de justicia y santidad, recibiendo el don de la inmortalidad, y participando así de la propia naturaleza divina. Pero desobedeciendo al Creador terminó esclavizado al demonio, siendo expulsado del paraíso y perdiendo los dones sobrenaturales que poseía, a partir de lo cual todos sus descendientes quedamos manchados, heredamos los efectos del pecado original, con el cual nacemos: la inteligencia humana se volvió sujeta a errar, la voluntad quedó expuesta a desfallecimientos, la sensibilidad quedó presa de las pasiones desarregladas, el cuerpo por así decirlo fue puesto en estado de rebeldía contra el alma.
Y a fin de que se opere la salvación del género humano, se hacía necesaria una reparación. De qué forma? Mediante la Encarnación del Hijo unigénito de Dios que nacería de una Virgen.
Pero, siendo que todos los seres humanos - sin excepción – vienen al mundo con la mancha original, María Santísima, en su calidad de Madre de Dios, habría sido aun apenas por un instante, manchada por el pecado? por tanto esclavizada al demonio? O podía Dios pre redimirla desde el primer instante de su existencia, creándola en estado de inocencia original, quedando por tanto preservada de cualquier concupiscencia (de cualquier tendencia hacia el mal), que es derivada de la mancha dejada por el pecado original? Convenía esto a los planes del Divino Creador?
“Potuit, decuit, ergo fecit”
Dios podía hacerlo, convenía que lo hiciera, y terminó haciéndolo.
Con este célebre axioma, el beato franciscano escocés Juan Duns Scoto (1265 – 1308), venerado como santo en vida, sin mediar canonización, concluía su exposición, en defensa de la Inmaculada Concepción, en la Universidad de París. Fue considerado un triunfo brillante el hecho de haber sintetizado el beato - conocido como el “Doctor Sutil" debido a las sutilezas de sus análisis - en la sentencia anterior, las razones de aquel privilegio de Nuestra Señora. Dios Todopoderoso podía crear a la Santísima Virgen libre del pecado. Él ciertamente quería hacerlo, pues convenía a la altísima dignidad de Aquella que sería la Madre del Divino Salvador, que Ella se mantenga exenta de toda mancha; por tanto, Dios le concedió tal privilegio. He ahí el maravilloso y singular privilegio de la Inmaculada Concepción.
Por ende, no es creíble que Dios Padre omnipotente, pudiendo crear un ser en perfecta santidad y en la plenitud de la inocencia, no hiciese uso de su poder a favor de la Madre de su Divino Hijo.
El Dr. Plinio Corrêa de Oliveira resaltaría así la Inmaculada Concepción con la que fue honrada la Santísima Virgen:
“Por todo esto, la Inmaculada Virgen María, Madre del Divino Niño, concebida sin pecado original, es la obra maestra de Dios, superior a todo cuanto fue creado, con la única excepción de la Santísima Humanidad de Nuestro Señor Jesucristo, alcanzando Aquella criatura bellísima la más alta personalidad femenina de todos los siglos”.
“Todo en Ella era armonía profunda, perfecta, imperturbable. El intelecto jamás expuesto al error, dotado de un entendimiento, una claridad, una agilidad inexpresable, iluminado por las gracias más altas, con un conocimiento admirable de las cosas del Cielo y de la Tierra. Con una voluntad naturalmente tan perfecta, dócil en todo al intelecto, vuelta enteramente hacia el bien y que gobernaba plenamente la sensibilidad, ésta tan irreprensible, que jamás pedía a la voluntad algo que no fuese plenamente justo y conforme a la razón. Ambas, voluntad y sensibilidad, super enriquecidas de gracias inefables, perfectamente correspondidas en todo momento. Con todo esto, ni siquiera se es capaz de formarse una idea de lo que es la Santísima Virgen”.
Nuestra Señora de El Buen Suceso y la Inmaculada Concepción
Monasterio de la Inmaculada Concepción de Quito |
La proclamación del dogma del singular privilegio de la Inmaculada Concepción resonó con un aplauso entusiasmado entre los católicos de toda la Tierra, pues sería por fin definido como verdad de Fe aquello en lo que incontables santos, teólogos y fieles en general siempre creyeron desde el inicio del cristianismo, y a lo largo de todos los siglos.
La propia Santísima Virgen lo había anunciado en Quito con anticipación:
El día 2 de Febrero de 1634, la Sierva de Dios, Madre Mariana de Jesús Torres, una de las fundadoras del Real Monasterio de la Inmaculada Concepción, el primero de dicha orden en dichas tierras y en las Américas, rezaba en el Coro Alto del convento, por las necesidades de la Iglesia, de su comunidad, y por el Ecuador naciente. De repente quedó sin sentidos.
Y en medio de una visión, pudo ver cómo fue preservada la Santísima Virgen de la culpa del pecado original desde el primer instante de su ser, y cómo Ella correspondía perfectamente y a cada instante a la gracia santificante que le fue otorgada insondablemente en abundancia y sin precedentes.
En seguida, se le apareció la Reina de los Cielos, en su Advocación de María de El Buen Suceso, y colocó al Niño Jesús que traía consigo, en brazos de la Madre Mariana, quien lo recibió con presteza inimaginable y con gusto inefable.
Entonces, el Divino Infante, en brazos de la Religiosa, en medio de tiernos afectos le dice:
“El Dogma de la Inmaculada Concepción de mi Santísima Madre será proclamado cuando más combatida esté la Iglesia y se encuentre cautivo mi Vicario”
Esta previsión se cumpliría, al pie de la letra, 220 años después..!!!
Considerado un triunfo sobre el liberalismo y el escepticismo que corroían la civilización cristiana, el dogma de la Inmaculada Concepción sería proclamado a mediados del siglo XIX en medio de revoluciones anticatólicas en varias partes del mundo, y que habían forzado al Papa Pio IX a refugiarse durante nueve meses en la ciudad marítima de Gaeta tras la proclamación en el año de 1848 de la "República Romana".
Así, el día 8 de diciembre de 1854, el Bienaventurado Papa IX, Inmerso en una situación transcendental que amenazaba vulnerar los derechos del Vicario de Cristo y de la Santa Sede y fundamentado en la Sagrada Escritura y en el testimonio constante de la Tradición (la transmisión oral pasada de generación en generación), y por virtud del Magisterio infalible, declaraba ser de revelación divina que María Santísima fue totalmente exenta del pecado original, desde el primer instante de su concepción, consignado como está en la Bula Ineffabilis Deus.
El Beato Pio IX proclamando el Dogma de la Inmaculada Concepción |
El día de aquella solemne proclamación, fue de incomparable alegría y jamás será olvidado, debe por tanto recordárselo siempre para honra y gloria de la obra maestra de la creación, la Madre purísima del Divino Infante. Las palabras del Dr. Plinio van dirigidas en ese sentido:
“Considerado en sí mismo, el dogma de la Inmaculada Concepción continúa chocando con el espíritu esencialmente igualitario de la Revolución que, desde 1789, ha reinado despóticamente en el mundo. El ver a una simple criatura tan elevada sobre los otros por un inestimable privilegio concedido a ella en el primer momento de su existencia, así como su continua correspondencia al bien y su inclaudicable adversidad hacia el mal, no puede dejar de herir a los hijos de la Revolución que proclaman la absoluta igualdad entre los hombres como el principio de todo orden, justicia y bien".
"Nuestra Señora es principalmente modelo de las almas que rezan y se santifican, la estrella polar de toda meditación y vida interior. Pues, dotada de una virtud inmaculada, Ella hizo siempre lo que era más razonable, y si nunca sintió en sí las agitaciones y los desórdenes de las almas que sólo aman la acción y la agitación, nunca experimentó en sí, tampoco, las apatías y las negligencias de las almas flojas que hacen de la vida interior un cortaviento a fin de disfrazar su indiferencia por la causa de la Iglesia".
Precisamente estas y otras innumerables virtudes se ven reflejadas en la Portentosa Imagen de Nuestra Señora de El Buen Suceso
"Imitemos pues, el ejemplo de Ella, que sólo se puede imitar con Su propio auxilio. Y el auxilio de Nuestra Señora, sólo se puede conseguir con la devoción a Ella. Pues bien, no hay mejor forma de devoción a María Santísima de El Buen Suceso que pedirle, no sólo el amor de Dios y el odio al demonio, sino aquella santa entereza en el amor al bien y en el odio al mal, en una palabra, aquella santa intransigencia que tanto resplandece en su Inmaculada Concepción".