Bodas de Plata de la Coronación Canónica de Nuestra Señora de El Buen Suceso

Prodigio de la Sierva de Dios Madre Mariana de Jesús Torres en Guayaquil





Prodigio de la Sierva de Dios Madre Mariana de Jesús Torres en Guayaquil


“Llora con instancia, clama sin cansarte y llora con lágrimas amargas en el secreto de tu corazón, pidiendo a Nuestro Padre Celestial que por amor al Corazón Eucarístico de mi Hijo Santísimo, por esa preciosísima sangre vertida con tanta generosidad y por esas profundas amarguras y dolores de su Pasión y Muerte, ponga cuanto antes fin a tan aciagos tiempos, enviando a esta Iglesia el Prelado que deberá restaurar el espíritu de los sacerdotes; a ese hijo mío muy querido, a quien amamos mi Hijo Santísimo y yo con amor de predilección” (Revelaciones de Nuestra Señora de El Buen Suceso a la Venerable Sierva de Dios, Madre Mariana de Jesús Torres, el 2 de Febrero de 1634).


Fotografía tomada a un cuadro con el rostro de la Madre Mariana de Jesús Torres. A un costado, una reliquia de la Sierva de Dios.



El día 21 de Junio del 2014, una foto de la Madre Mariana de Jesús Torres, fundadora del Monasterio de la Inmaculada Concepción de Quito, cuyo cuerpo se encuentra incorrupto desde su muerte hace 379 años, apareció con una lágrima en su mejilla en el instante de ser captada. Dicha foto en que la Sierva de Dios aparece llorando prodigiosamente, fue tomada durante una reunión de los Devotos de la Virgen de El Buen Suceso, por uno de los participantes con su celular.


Lágrima cayendo por la mejilla del rostro de la Madre Mariana de Jesús Torres


Cuadro original de la Madre Mariana de Jesús Torres, en cuya fotografía posterior apareció la prodigiosa lágrima

Semana Santa


      

        
"O Legionário" Nº 764 de 30 de Marzo de 1947


                              Reflexiones durante la Semana Santa





Plínio Corrêa de Oliveira

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LA VERDADERA PIEDAD debe impregnar toda el alma humana, y, por tanto, también debe despertar y estimular la emoción. Pero la piedad no es sólo emoción, y ni siquiera es principalmente emoción. La piedad brota de la inteligencia, seriamente formada por un cuidadoso de la doctrina cristiana, por un conocimiento exacto de nuestra Fe, y, por tanto, de las verdades que deben regir nuestra vida interior. La piedad reside también en la voluntad. Debemos querer seriamente el bien que conocemos. No nos basta, por ejemplo, saber que Dios es perfecto. Necesitamos amar la perfección de Dios, y, por tanto, debemos desear para nosotros algo de esa perfección: es el ansia de santidad.

                                     No hay verdadero amor sin sacrificio



"DESEAR" no significa apenas sentir veleidades vagas y estériles. Sólo queremos seriamente algo, cuando estamos dispuestos a todos los sacrificios para conseguir lo que queremos. Así, sólo queremos seriamente nuestra santificación y el amor de Dios, cuando estamos dispuestos a todos los sacrificios para alcanzar esta meta suprema. Sin esa disposición, todo el "querer" no es sino ilusión y mentira. Podemos tener la mayor ternura en la contemplación de las verdades y misterios de la Religión: pero si de ahí no sacamos resoluciones serias, eficaces, de nada valdrá nuestra piedad.

Es lo que especialmente se debe decir en los días de la Pasión de Nuestro Señor. No nos vale apenas acompañar con ternura los varios episodios de la Pasión. Esto sería excelente; sin embargo, no sería suficiente. Debemos dar a Nuestro Señor, en estos días, pruebas sinceras de nuestra devoción y amor.

Estas pruebas, las damos cuando tenemos el propósito de enmendar nuestra vida y de luchar con todas las fuerzas por la Santa Iglesia Católica, Apostólica, Romana.

La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo. Cuando Nuestro Señor interpeló a San Pablo, en el camino de Damasco, le preguntó: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" Saulo perseguía a la Iglesia. Nuestro Señor le decía que era a Él mismo a quien Saulo perseguía.

               
                                       La Pasión de Cristo en nuestros días


SI PERSEGUIR a la Iglesia es perseguir a Jesucristo, y si hoy también la Iglesia es perseguida, hoy Cristo es perseguido. La Pasión de Cristo se repite de algún modo también en nuestros días.

¿Cómo se persigue a la Iglesia? Atentando contra sus derechos o trabajando para apartar de Ella a las almas. Todo acto por el cual se aparta de la Iglesia un alma, es un acto de persecución a Cristo. Toda alma es, en la Iglesia, un miembro vivo. Arrancar un alma a la Iglesia es arrancar un miembro al Cuerpo Místico de Cristo. Arrancar un alma a la Iglesia es hacer con Nuestro Señor, en cierto sentido, lo mismo que harían con nosotros si nos arrancasen la niña de los ojos.

Si queremos, pues, condolernos con la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, meditemos sobre lo que El sufrió por mano de los judíos, pero no nos olvidemos de todo cuanto aún hoy se hace para herir al Divino Corazón.

Y esto tanto más cuanto Nuestro Señor, durante su Pasión, previó todo cuanto pasaría después. Previó, pues, todos los pecados de todos los tiempos, y también los pecados de nuestros días. El previó nuestros pecados, y por ellos sufrió anticipadamente. Estuvimos presentes en el Huerto como verdugos, y como verdugos seguimos paso a paso la Pasión hasta lo alto del Gólgota.



                                                                              *   *   *

Arrepintámonos, pues, y lloremos.

La Iglesia, sufridora, perseguida, vilipendiada, ahí está a nuestros ojos indiferentes o crueles. Ella está delante de nosotros como Cristo delante de la Verónica. Condolámonos con sus padecimientos. Con nuestro cariño, consolemos a la Santa Iglesia de todo cuanto sufre. Podemos estar seguros de que, con esto, estaremos dando al propio Cristo una consolación idéntica a la que le dio la Verónica.

                                 

                               Incredulidad culpable



COMENCEMOS por la Fe. Ciertas verdades referentes a Dios y a nuestro destino eterno, podemos conocerlas por la simple razón. Otras, las conocemos porque Dios nos las enseñó. En su infinita bondad, Dios se reveló a los hombres en el Antiguo y Nuevo Testamento, enseñándonos no solamente lo que nuestra razón no podía descubrir, sino además muchas verdades que podríamos conocer racionalmente, pero que por culpa propia la humanidad ya no conocía de hecho. La virtud por la cual creemos en la Revelación es la Fe. Nadie puede practicar un acto de Fe, sin el auxilio sobrenatural de la gracia de Dios. Esa gracia, Dios la da a todas las criaturas y, en abundancia torrencial, a los miembros de la Iglesia Católica. Esta gracia es la condición para su salvación. Nadie llegará a la eterna bienaventuranza, si rechaza la Fe. Por la Fe, el Espíritu Santo habita en nuestros corazones. Rechazar la Fe es rechazar al Espíritu Santo, es expulsar del alma a Jesucristo.

Veamos ahora, en nuestro entorno, cuántos católicos rechazan la Fe. Fueron bautizados, pero en el curso del tiempo perdieron la Fe. La perdieron por culpa propia, porque nadie pierde la Fe sin culpa, y culpa mortal. Helos aquí, indiferentes u hostiles, piensan, sienten y viven como paganos. ¡Son nuestros parientes, nuestros prójimos, quizá nuestros amigos! Su desgracia es inmensa. Indeleble está en ellos la señal del Bautismo. Están marcados para el Cielo, y caminan para el infierno. En su alma redimida, la aspersión de la Sangre de Cristo está marcada. Nadie la apagará. Es de cierto modo la propia Sangre de Cristo que ellos profanan cuando en esta alma rescatada se acogen principios, máximas, normas contrarias a la doctrina de la Iglesia. El católico apóstata tiene alguna cosa de análogo al sacerdote apóstata. Arrastra consigo los restos de su grandeza, los profana, los degrada y se degrada con ellos. Pero no los pierde.

¿Y nosotros? ¿Nos importa esto? ¿Sufrimos con esto? ¿Rezamos para que estas almas se conviertan? 

¿Hacemos penitencias? ¿Hacemos apostolado? ¿Dónde está nuestro consejo? ¿Dónde está nuestra argumentación? ¿Dónde está nuestra caridad? ¿Dónde está nuestra altiva y enérgica defensa de las verdades que ellos niegan o injurian?

El Sagrado Corazón sangra con esto. Sangra por su apostasía y por nuestra indiferencia. Indiferencia doblemente censurable, porque es indiferencia para con nuestro prójimo y sobretodo indiferencia para con Dios.

                        
                               Unos conspiran, otros duermen...


¿CUÁNTAS ALMAS en el mundo entero van perdiendo la Fe? Pensemos en el incalculable número de periódicos impíos, radioemisoras impías [¡la televisión de hoy!], de los que diariamente se llena el orbe. Pensemos en los innumerables obreros de Satanás que, en las cátedras, en el seno de la familia, en los lugares de reunión o de diversión, propagan ideas impías. De todo este esfuerzo, ¿quién ha de admitir que nada resulte? Los efectos de todo esto están delante de nosotros. Diariamente las instituciones, las costumbres, el arte, se van descristianizando, indicio incontestable de que el propio mundo se va perdiendo para Dios.

¿No habrá en todo esto una gran conspiración? Tantos esfuerzos, armónicos entre sí, uniformes en sus métodos, en sus objetivos, en su desarrollo, ¿serán mera obra de coincidencias? ¿Dónde y cuando, intenciones desarticuladas produjeron articuladamente la más formidable ofensiva ideológica que la Historia conoce, la más completa, la más ordenada, la más extensa, la más ingeniosa, la más uniforme en su esencia, en sus fines, en su evolución?

No pensamos en esto. No percibimos esto. Dormimos en la modorra de nuestra vida de todos los días. 

¿Por qué no somos más vigilantes? La Iglesia sufre todos los tormentos, pero está sola. Lejos, bien lejos de Ella susurramos. Es la escena del Huerto que se repite.

Para decirlo por entero, la Iglesia nunca tuvo tantos enemigos y, paradójicamente, nunca tuvo tantos "amigos". Oigamos a los espiritistas: dicen que no promueven ninguna guerra hacia la religión, y menos aún al catolicismo que a cualquier otra. Sin embargo, la vida de todos ellos, comunistas, espiritistas, protestantes, ¿no es desde la mañana hasta la noche otra cosa, sino una conspiración contra la Iglesia? Ellos también tienen los labios prontos para el ósculo, aunque en su mente ya hayan decidido hace mucho tiempo exterminar a la Iglesia de Dios.

                          
                             
                          La tibieza y el amor de Dios

¿Y ENTRE NOSOTROS? Gracias a Dios, esta Fe que tantos combaten, persiguen, traicionan, nosotros la poseemos.

¿Qué uso hacemos de ella? ¿La amamos? ¿Comprendemos que nuestra mayor ventura en la vida consiste en ser miembros de la Iglesia, que nuestra mayor gloria es el título de cristiano?

En caso afirmativo – y cuán pocos son los que podrían en sana conciencia responder afirmativamente – ¿estamos dispuestos a todos los sacrificios para conservar la Fe?

No digamos, en un asomo de romanticismo, que sí. Seamos positivos. Veamos fríamente los hechos. No está junto a nosotros el verdugo que nos va a colocar en la alternativa de la cruz o de la apostasía. Pero todos los días, la conservación de la Fe exige de nosotros sacrificios. ¿Los hacemos?

¿Cuán exacto será decir que, para conservar la Fe, evitamos todo lo que la puede poner en riesgo? 

¿Evitamos las lecturas que la pueden ofender? ¿Evitamos las compañías con las cuales está expuesta a riesgo? ¿Buscamos los ambientes en los cuales la Fe florece y echa raíces? ¿O, a cambio de placeres mundanos y pasajeros, vivimos en ambientes en que la Fe se deteriora y amenaza caer en ruinas?

Todo hombre, por el propio hecho del instinto de sociabilidad, tiende a aceptar las opiniones de otros. En general, hoy en día, las opiniones dominantes son anticristianas. Se piensa contrariamente a la Iglesia en materia de filosofía, de sociología, de historia, de ciencias positivas, de arte, de todo en fin. Nuestros amigos siguen la corriente. ¿Tenemos el coraje de divergir? ¿Resguardamos nuestro espíritu de cualquier infiltración de ideas erradas? ¿Pensamos como la Iglesia en todo y por todo? ¿O nos contentamos negligentemente en ir viviendo, aceptando todo cuanto el espíritu del siglo nos inculca, y simplemente porque él nos lo inculca?
Es posible que no hayamos arrojado a Nuestro Señor de nuestra alma. Pero, ¿cómo tratamos a este Divino Huésped? ¿Es Él el objeto de todas las atenciones, el centro de nuestra vida intelectual, moral y afectiva? ¿O, simplemente, existe para Él un pequeño espacio donde se lo tolera, como huésped secundario, aburrido, un tanto inoportuno?

Cuando el Divino Maestro gimió, lloró, sudó sangre durante la Pasión no lo atormentaban apenas los dolores físicos, ni sólo los sufrimientos ocasionados por el odio de los que en aquel momento lo perseguían. También lo atormentaba todo cuanto contra Él y la Iglesia haríamos en los siglos venideros. Lloró por el odio de todos los malos, de todos los Arrios, Nestorios, Luteros, pero lloró también porque veía delante de sí al cortejo interminable de las almas tibias, de las almas indiferentes, que sin perseguirlo no lo amaban como debían.

Es la falange incontable de los que pasaron la vida sin odio y sin amor, los cuales  –según Dante– quedaban fuera del infierno, porque ni en el infierno había un lugar adecuado para ellos.

¿Estamos nosotros en este cortejo?

He ahí la gran pregunta a la que, con la gracia de Dios, debemos dar respuesta en los días de recogimiento, de piedad y de expiación en que ahora debemos entrar.


                                                                                                 Video: Esperanza de Triana con Pasan los Campanilleros



25 de Marzo: Renovación de la Consagración del Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús




En el siglo 19 habrá un Presidente de veras cristiano, varón de carácter, a quien Dios Nuestro Señor le dará la palma del martirio en la misma plaza dónde se encuentra éste mi convento; Consagrará la República al Divino Corazón de mi Amantísimo Hijo, y esta consagración sostendrá la Religión Católica en los años posteriores, los cuales serán aciagos para la Iglesia.

Amamos mucho esta pequeña porción de tierra. Un día será Ecuador. (Y) será consagrada solemnemente al Corazón Santísimo de mi Divino Hijo. Y a plenos pulmones repetirán de un confín a otro: La República del Sagrado Corazón de Jesús. (Revelaciones de Nuestra Señora de El Buen Suceso. Vida Admirable de la Madre Mariana de Jesús Torres, Padre Manuel de Souza Pereira)

La víspera por la noche se transformó la capital como por encanto. Las nubes que habían oscurecido el cielo durante el día, se disiparon súbitamente. En un instante, calles, casas, palacios, iglesias y monumentos públicos se cubren de luminarias, destacándose sobre el azul del cielo tachonado de estrellas: cincuenta mil hombres recorren las calles en todos sentidos, llenos de alegría y entusiasmo en medio de la ciudad resplandeciente. En la fachada de las casas se ostenta la imagen del Sagrado Corazón, cercada de flores, de candelabros y ricos pabellones y colgaduras. Globos aerostáticos con los colores nacionales se elevan en los aires, llevando también la efigie del Sagrado Corazón con estas inscripciones: ¡El Ecuador a su protector divino!  —  ¡Viva la república del Sagrado Corazón! Los oídos se regalan al eco de magníficos conciertos, coros de niños, músicas militares, cánticos mil alegres y devotos: los transeúntes maravillados se detienen a escuchar tan suaves armonías .

 
El pueblo del Sagrado Corazón preludiaba así las demostraciones del día siguiente. Al salir el sol, salvas de artillería despertaron la ciudad. Las calles fueron al punto invadidas por el gentío que acudía a recibir la comunión reparadora. A las siete, la vasta nave de la iglesia metropolitana se llenaba de hombres de todas clases y categorías; magistrados, militares, profesores, abogados, estudiantes, labradores y artesanos que querían acercarse a la sagrada mesa para consolar el Corazón de Jesús. En la catedral solamente se distribuyeron mas de diez mil comuniones: un pueblo entero en el banquete eucarístico. Nos creeríamos transportados, no ya a la edad media, sino a los bellos siglos de la Iglesia primitiva. Cuando en el momento solemne el órgano llenó el templo de piadosas melodías y el canto de millares de hombres subía al cielo, lágrimas, dulces lágrimas corrían de todos los ojos.


     Unido a su Dios, el pueblo ecuatoriano, podía procederse al acto solemne de reparación pedido por el Arzobispo. Hacia la tarde, los Obispos o sus delegados, los demás miembros del clero secular y regular, el presidente de la república con todos sus ministros, los miembros del congreso, el tribunal de justicia, los jefes del ejército y la muchedumbre en pos, tomaron su puesto en el templo. Entonces, en nombre de las autoridades eclesiásticas y civiles, una voz dejó oír este acto sublime de fé nacional que cada uno repitió en su corazón.





   Corazón adorable de Jesús, Rey de reyes y Señor de señores, por quien y para quien han sido criados todos los pueblos y naciones de la tierra, en acatamiento de vuestra amabilísima e infinita soberanía, postrados en vuestra divina presencia todos los poderes públicos de la Iglesia y del Estado, os ofrecemos y consagramos desde hoy para siempre la República del Ecuador, como cosa y posesión exclusiva vuestra. Dignaos tomar a este pueblo como vuestra herencia, reinad perpetuamente en él; acogedle bajo vuestra soberana protección; libradlo de todos sus enemigos; manifestad a todas las naciones que el Ecuador es vuestro; probad al mundo que es bienaventurado el pueblo que os elije por su Señor y su Dios, y haced brillar para siempre en nuestra República la Gloria de vuestro Santísimo nombre. Después de este pleito-homenaje del pueblo a su soberano, comenzó en medio de los sollozos de la concurrencia, el acto de expiación y de satisfacción por todas las ofensas de que el Ecuador había podido hacerse culpable hacia la Divina Majestad. Divino Corazón de Jesús, Creador del cielo y de la tierra, Rey universal de las naciones y Dueño absoluto de todas las cosas, Vos sois el Santo, Vos el Señor, Vos el Altísimo, Vos nuestro único Dios, de quien emanan todo poder, autoridad y soberanía! Vos; por quien reinan los reyes y dictan lo justo los legisladores! ¡Alabado seáis por todos los pueblos y gentes; ensalzado por toda criatura en los siglos de los siglos! Gracias os damos, Señor, por todos vuestros beneficios, y principalmente, porque en los excesos de vuestra bondad, os habéis dignado elegir al Ecuador para vuestra herencia, le habéis defendido de sus enemigos y le habéis colmado de vuestros dones. Pero ¡ay! que en vez de corresponder con gratitud a tantas larguezas, hemos pecado, Señor, hemos obrado la iniquidad, hemos procedido impíamente, y nos hemos apartado de vuestros juicios y mandamientos. Pero no miréis, oh Dios piadosísimo, a nuestras iniquidades, sino sólo a vuestra misericordia: apartad de nosotros vuestra ira, aléjense vuestros castigos de este pueblo! 

    En aquel momento se entabló un diálogo tan conmovedor como sublime entre el pueblo y su intérprete. ¡Por todas nuestras iniquidades! exclamaba el representante de Dios. — ¡Perdón! decía la asamblea. — ¡Por los pecados de nuestros sacerdotes! — ¡Perdón! ¡Perdón! Y la voz continuó sin excusar a ninguna clase de la sociedad. — ¡Por las extravíos de nuestros legisladores, las culpas de nuestros magistrados, los delitos de los padres de familia, las maldades del pueblo, las impiedades y blasfemias, los perjurios y sacrilegios, la profanación de las cosas santas, las revoluciones y guerras fratricidas, los desacatos contra la autoridad eclesiástica, los atentados contra la autoridad civil, por los crímenes del 6 de Agosto y del 30 de Marzo; en una palabra, por todas las iniquidades! ¡Perdón! ¡Perdón! gritaba con lágrimas la asamblea entera, escuchando estas letanías de atentados revolucionarios

   Algunos días después de este acto público de expiación y penitencia, la fiesta del Sagrado Corazón reunía una vez mas a los representantes de la Iglesia y el Estado, felices, por renovar antes que se cerrase el congreso eucarístico, la consagración solemne de 1873


        (Renovación de la Consagración al Sagrado Corazón de Jesús en el Ecuador pocos años después de la muerte de su gestor, el Excmo. Señor Presidente, don Gabriel García Moreno. Trechos del libro García Moreno, Presidente de la República del Ecuador, Vengador y Mártir del Derecho Cristiano, Padre Alfonse Berthe, C. SS. R.)


Texto Original de la Consagración del Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús, 25 de Marzo de 1874

Una Hora de Gracia: Anunciación y Encarnación del Verbo de Dios





       La escena famosa de la aparición del Arcángel San Gabriel a Nuestra Señora constituyó para la humanidad una hora de gracia. El Cielo, que la culpa de nuestros primeros padres había cerrado, se abrió y de él bajó un espíritu de luz y pureza, trayendo consigo un mensaje de reconciliación y de paz. Este mensaje se dirigía a la criatura más hermosa, más noble, más cándida y más benigna que jamás naciera de la estirpe de Adán. Puestas en presencia las dos personas, el diálogo se establece. Conocemos por el Evangelio cuál fue la elevación y la simplicidad inefable de las palabras entonces pronunciadas.
      La naturaleza angélica, su fortaleza leve y toda espiritual, su inteligencia y pureza, todo en fin se refleja admirablemente en la figura altamente expresiva de San Gabriel, representado en este cuadro de Fray Angélico. Nuestra Señora es menos etérea, menos leve, menos impalpable, casi diríamos. Y con razón, pues es criatura humana. Sin embargo, algo de angélico se nota en toda la compostura de la Reina de los Ángeles. Y su fisonomía excede en espiritualidad, nobleza y candor a la del propio emisario celestial.
      El Ángel es superior a Nuestra Señora por naturaleza. Sin embargo, la Virgen es superior al Ángel por su santidad y por su incomparable vocación de Madre de Dios. De ahí la alta dignidad que ambos —la Virgen y el Ángel— expresan, y también la recíproca veneración con que se hablan. Pero esta actitud tiene aún otra razón más profunda. Invisible, Dios manifiesta sin embargo su presencia en la luz sobrenatural que parece irradiar de ambos personajes y comunicar el esplendor de una alegría pura, tranquila, virginal, a toda la naturaleza. Casi se siente la temperatura suavísima, la brisa levísima y aromática, la alegría que impregna toda la atmósfera.
     ¿Cómo pintar mejor una hora de gracia? Con un sentido profundo de las cosas, Fray Angélico supo encontrar las líneas y colores necesarios para expresar todo el contenido teológico y moral del episodio evangélico mil veces famoso. Su cuadro es, sin embargo, más que esto: vale por una prédica, pues forma, eleva, anima para el bien a quien lo contempla” (Plinio Corrêa de Oliveira).
Cuadro de la Anunciación, Iglesia de la Inmaculada Concepción de Quito. Al costado inferior, la Madre Mariana de Jesús Torres
    

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Primera profecía de la Reverenda Madre Mariana de Jesús Torres, cumplida poco después de su muerte



     A las tres de la mañana del 2 de febrero de 1634, la Madre Mariana acababa de terminar de rezar en el Coro Alto cuando notó que la lámpara junto al Santísimo se había apagado. Se puso de pie por instinto e intentó bajar a la iglesia para re - encenderla, pero una fuerza desconocida la inmovilizó de modo que no pudo dar un solo paso. En ese momento Nuestra Señora se le aparecí y acercándosele, le dijo:

“Mi hija querida, hoy te traigo la agradable noticia de tu muerte, que ocurrirá en once meses. Tus ojos se cerrarán entonces a la luz material de este mundo para abrirse en la brillantez de la luz eterna. Prepara tu alma de modo que, purificada aun más, pueda ella entrar completamente a disfrutar de su Señor”.

Y así sucedió. La salud de la Madre Mariana comenzó a decaer, pero ella todavía estaba al frente de sus deberes en el convento mientras le era posible. Finalmente llegó el momento en que tuvo que ser confinada en una cama.


Empero, toda ella era incendios divinos, su aspecto,  
sus sentimientos, sus palabras, sus modales, revelaban la santidad e íntima unión con Dios. Por ese tiempo su virtud se traslucía hasta afuera de su amado Convento y una afluencia de gente asistía continuamente a pedir con insistencia, el poder hablar con la Santa Fundadora como la llamaban.

Conociendo el día y hora de su muerte, la Madre Mariana comunicó a sus amadas hijas sobre su viaje final a la eternidad. Alrededor de la una la tarde de ese día pidió a la Madre Abadesa que convocara a la comunidad.


Cuando llegaron, la Venerable Madre leyó en voz alta su magnífico testamento.


Comenzó afirmando que moría como hija fiel de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Entonces, con una voz vibrando de la emoción pero firme con la fuerza de la fe y de la sinceridad, repitió las palabras de Nuestro Señor:


“Es necesario que me vaya pero no las dejaré huérfanas. Iré hacia nuestro Padre, nuestro Dios, y el Consolador Divino descenderá para confortarlas”.


Después de recibir el Santo Viaticum, ardiendo de amor, cerró tranquilamente sus ojos y dejó de respirar. La Madre Mariana de Jesús fue junto al Señor a las tres de la tarde del día 16 de enero de 1635. Tenía entonces setenta y dos años de edad.


Poco después, la noticia de su muerte había recorrido ilimitados confines. Los quiteños desde muy temprano, cercaron el Monasterio rogando se les permita ver por última ocasión a quién había sido un cúmulo de virtudes, discreta consejera, pacificadora de familias, consuelo en las aflicciones, auxilio eficaz en las necesidades morales y económicas, intercesora poderosa ante Dios y el ángel tutelar de la ciudad en todos los aspectos.


La multitud en la iglesia era tal, que los Padres Franciscanos tuvieron que sortear enormes dificultades para poder ingresar a la Clausura para los oficios post mortem, debiendo a su vez impedir el ingreso de la avalancha humana a la misma.


Durante tres días seguidos y a diversas horas, fueron oficiadas muchas Misas. Después, en medio del Canto “De Profundis", los Franciscanos trasladaron el cuerpo hacia el cementerio del Convento.



Santa Mariana de Jesús Paredes y Flores
Entre los miles de asistentes a las exequias, se encontraba una joven de dieciséis años, de resaltante hermosura e imponente recato. Era Mariana de Jesús Paredes y Flores, quien en determinado momento se puso de pie, y ante los presentes proclamó a viva voz y sin respeto humano: “Ha muerto una santa..!"


La azucena quiteña había sido bautizada con el nombre Mariana de Jesús, en honor a la fundadora española, y desde muy temprano asistía al Convento de las Madres Conceptas sin ser parte del mismo, para ser encaminada hacia la práctica heroica de las virtudes por la Madre Mariana de Jesús Torres.

Ojos que vieron la claridad

La Iglesia era un escenario de verdadero dolor e infinita tristeza por parte de los fieles al separarse éstos, de la Madre Mariana, pero también de interminable alegría, por contar con una santa como ella. Al funeral había asistido también una mujer mestiza de nombre Petra Martínez, junto a su hija de cinco años de edad y ciega de nacimiento. Era inquebrantable su confianza en su intercesión para arrancar de Dios, con capacidad de méritos, el milagro de la curación de su hija. “Madre Marianita, Madre Fundadora, duélase de nosotras! Qué será de esta niña después de mis días?, cumpla con su promesa de darle la vista a mi niña", imploraba la mujer, mientras la niña replicaba: “Quién me acariciará como lo hacía vuestra merced? Déjeme Madre verla por última vez! Qué linda debe ser!"

Dejando por un instante a la niña junto a la reja que separa la Iglesia de la clausura, la mujer salió precipitadamente del templo, regresando en breve con un palo en su mano con el cual, metiendo el brazo entre dicha reja, intentaba alcanzar una flor que ceñía la frente de la Madre Mariana. Vanos fueron sus intentos, logrando tan sólo que la rosa caiga sobre el ojo izquierdo de la difunta. Afligida pidió a las religiosas insistentemente le obsequiaran aquella flor, y luego de haberla obtenido, sentó a la niña en su regazo aplicándole repetidamente la flor en ambos ojos y pidiendo sin cesar el milagro a la Santa Fundadora.


Agotada, y cansada de llorar, la niña se quedó dormida. Luego también su madre. Ambas arrimadas a la reja. Las religiosas y los fieles, impresionados por esta escena, respetaron el sueño de estas dos personajes.


Casi al caer la tarde, despertó primero la mujer retomando sus ruegos a la Madre Mariana por el ansiado milagro. Estos clamores despertaron a la niña que poco a poco se incorporaba, para luego, repentinamente dar un salto a las rejas exclamando: “Madre Marianita, que bonita ha sido vuestra merced! No duerma más! Despierte y levántese ya!"


Al escuchar estas palabras, su madre enmudeció de asombro. La dicha recorrió las fibras de su alma, siendo su primera reacción ver los ojos de la niña, y al verlos radiantes y llenos de luz, exclamó: Milagro! Milagro!


Así, la Madre Mariana cumplía, extraordinariamente su promesa!


Profecía cumplida por la Madre Mariana: una rosa a sus pies

Un conmovedor y dorado episodio es el centro de éste artículo.


Varios años antes, una ansiosa mujer embarazada había venido a pedir que la Madre Mariana rece por su condición, que había sido diagnosticada como precaria.


Amable y cordial como siempre, la santa monja le dio un poco de agua de anís - con la cual había realizado innumerables curaciones - y apaciguó sus miedos asegurándole que daría a luz a una hermosa niña. La mujer confortada entonces le pidió que rezara por la protección de su hija.


La Madre Mariana de Jesús respondió:


“No tiene que pedir mis oraciones, porque esta niña es más mía que suya. Ella es un alma elegida por Dios y perfumará este monasterio con el aroma de sus virtudes. Tráigala aquí a menudo, porque deseo verla. Ella vestirá mi cuerpo para mi entierro”.


Según lo predicho, nació una hermosa y sana niña, recibiendo el nombre de Zoila Blanca Rosa Mariana de Jesús. A la edad de diez años pidió ser admitida en el convento, en donde fue un ejemplo de virtudes así como un rayo de sol por su disposición siempre alegre e inocente. En el convento tomó el nombre de Zoila Blanca Rosa de Mariana de Jesús.


Cuando su querida Madre Mariana cayó enferma por última vez, Zoila devotamente cuidó de Ella. De repente su hermosa cara dejo de brillar debido a que no podía soportar el pensamiento de vivir sin su santa Madre.


Un día salió del cuarto de la enferma nuevamente radiante. Al ser preguntada por la razón de tal alegría, ya que la muerte de su Madre estaba próxima, explicó que la Madre Mariana le había prometido llevarla con ella.


Mientras el cuerpo de la Sierva de Dios era velado en el coro bajo, rodeado por una abundancia de flores, Rosa Mariana se arrodilló a los pies de la Santa Religiosa y reposó su cabeza en ellos. Luego después, la Priora se acercó para decirle que tome un descanso. Ella no contestó.


Al moverla, las monjas notaron que su cuerpo estaba frío y su boca llena de sangre. Llamaron de inmediato al doctor, el cual después de un cuidadoso examen dijo, “ella murió de inmediato al arrancársele la arteria principal de su corazón”.


Todas las flores habían sido utilizadas para honrar a la Madre Mariana. Improvisando un ataúd llevaron el cuerpo de la religiosa más joven, sin flores que lo adornen al Coro Bajo en medio de sollozos y de cánticos. Mientras pasaban por el patio, vieron como éste se llenaba de magnificas, hermosas y fragantes rosas blancas cuyo tamaño era el doble de lo normal. El cuerpo de Zoila fue cubierto con esas rosas, cargadas con el perfume y la esencia del milagro y colocado junto al de su santa Madre Protectora.

A la espera de su Tercera Resurrección

Consideramos que poco después de su muerte, el nombre y el recuerdo de la Madre Mariana durmieron prácticamente en medio de un silencio abrumador.

Ella misma suplicó a Nuestra Señora en cierta ocasión que su nombre no sea conocido, de manera tal que solo María Santísima sea glorificada.


Nuestra Señora la complació satisfaciendo su humildad, asegurándole que su vida así como los hechos referentes a la fabricación de la Imagen, irían solamente a ser conocidos a partir del siglo XX.


Cuerpo incorrupto de la Venerable Madre Mariana de Jesús Torres

“Hija Predilecta de mi corazón, mi Mariana de Jesús, vengo desde el Cielo atraída por tu candor angelical y por tus virtudes sin parecido en el mundo actual, Estás predestinada a ser mi Representante en mi Monasterio y fuera de él. Tienes que ser la sembradora de Santidad en estos volcánicos suelos de la Colonia y de la Real Audiencia de Quito".

“La fama de tus virtudes, traspasando éste y posteriores siglos, cubrirá de gloria a Quito y tu nombre será conocido en todos los continentes. Y llegarás al honor de los Altares, para ser, desde ellos, el modelo acabado para almas religiosas y seglares, y serás la Protectora más excelsa para esta Patria consagrada al Corazón Sacratísimo de mi Divino Hijo. Mírame y recibe el influjo de mis ojos maternales".

Luego, los ojos estáticos de la religiosa, se colmaron de felicidad al contemplar la belleza -casi divina - de María Santísima, la Reina de los Cielos y de la Tierra.


Transcurrieron trescientos años, tras los cuales, la Reina de los Cielos cumplió luego su ofrecimiento...


El día 8 de Febrero de 1906, año del Milagro de la Dolorosa del Colegio, cuyos ojos lloraban ante la descristianización del Ecuador y del mundo, la Providencia mostraba a los incrédulos el cuerpo incorrupto de aquella que había sido precisa y marcadamente, la antítesis de ese espíritu laico y revolucionario esparcido por todo el mundo.



Oración a la Sierva de Dios Madre Mariana de Jesús Torres

¡Oh Venerable Sierva de Dios, Madre Mariana de Jesús Torres, gloria de la Orden de las Concepcionistas en Ecuador, modelo eximio de obediencia, pobreza y castidad, a quien se dignó aparecer la Santísima Virgen, particularmente bajo la advocación de Nuestra Señora de El Buen Suceso, en más de un coloquio místico de gran contenido e inefable dulzura, y a quien Ella dotó de luces proféticas extraordinarias sobre lo que sucedería en nuestras días a las poblaciones sudamericanas, entonces gobernadas por la corona española! Mirad con benignidad, os lo pedimos, a vuestros devotos que os imploran una eficaz intercesión.

Contemplad a estos países, y muy especialmente a nuestro querido Ecuador, expuestos hoy a la saña agresiva del comunismo, el cual va penetrando en todos ellos, ora por la fuerza, ora por la astucia. ¡Ved cuán pocos son los ecuatorianos, y de modo general los sudamericanos, compenetrados de la gravedad de ese peligro y de la urgencia de hacerle frente mediante la oración, los sacrificios, y una acción intrépida y eficaz! Y obtened del Divino Espíritu Santo, por los ruegos de María, que difunda por estos pueblos la abnegación y la valentía con que otrora se inmortalizaron los Macabeos, los Cruzados, y los héroes de la resistencia ibérica contra los moros.

Considerad, oh Venerable Madre Mariana, la inmoralidad de las costumbres que asola toda la tierra y ved que esos pecados llevaron a Nuestra Señora a pronosticar en Fátima que terribles castigos caerían sobre la humanidad infiel.

Atended a la sangre de García Moreno, derramada en nuestra tierra para que ésta se convierta en un verdadero Reino de los Corazones de Jesús y de María.

Escuchad, oh benignísima Abadesa del Monasterio de la Inmaculada Concepción de Quito, las oraciones que os hacen tantas almas angustiadas por sus necesidades de alma y de cuerpo, y a todas dad una acogida generosa y alentadora, continuando así, en lo alto del Cielo, en favor de nuestro país, la misión tan bienhechora que en él ejercisteis en vuestra vida terrena. Así Sea.


(de autoría del Profesor Plinio Corrêa de Oliveira)



Sierva de Dios Madre Mariana de Jesús Torres