Bodas de Plata de la Coronación Canónica de Nuestra Señora de El Buen Suceso

Tenacidad contra los demonios y un sacrificio inmenso para la salvación de un alma





Mientras "La Capitana" confinada en la prisión, llena de odio y enloquecida hablaba al Obispo, la Madre Mariana se sentó silenciosamente en una esquina del cuarto, desde donde contempló a unos simios horribles que se acercaban a dicha monja. Sus bocas, ojos y narices vomitaban fuego vertiéndolo luego en el corazón de la rebelde y en las de sus seguidoras.

La Madre Mariana veía que esta infeliz alma y la de varias de sus adeptas, se condenarían. Para esto, Nuestro Señor se le apareció presentándole la manera de salvar a la monja rebelde de las llamas eternas del infierno que bien merecía por sus numerosos pecados, y por el daño que repercutiría en la comunidad en los siglos venideros. Para evitar su castigo eterno era necesario que la Madre Mariana acepte sufrir cinco años en el infierno para salvarla.

La heroica santa Fundadora aceptó como se verá más adelante.


La Capitana


Un día, la Madre Valenzuela, elegida nuevamente Abadesa escuchó junto a la Madre Mariana voces que venían de la prisión. La Superiora  le preguntó qué podía ser aquello.

“Madre, - le respondió la Madre Mariana - esta pobre hermana es una víctima del demonio. Vamos a asistirla y saquémosla al jardín para que no se desespere. Debemos ocuparnos de su alma”.

 Al verlas, la desgraciada criatura comenzó a correr alrededor de la prisión mientras golpeaba su cabeza contra las paredes y gritaba: ¡“Estoy muriendo! ¡Estoy muriendo! El demonio va a tomarme!". Entonces se cayó de cara a la tierra.

La Madre Mariana, llorando desconsoladamente, se acercó a la monja para levantarla. Sus lágrimas bañaron la cara de la desgraciada criatura, la cual botaba espuma por la boca, fluyéndole sangre de la nariz. Limpiándola, la frotó procurando hacerla recuperar los sentidos. Entonces le pidió a la Madre Francisca de los Ángeles que fuera a la Enfermería por unos remedios.

La Madre Valenzuela permanecía en la puerta paralizada por el pánico ante lo cual la Sierva de Dios, animándola, le dijo:

“No se preocupe su Reverencia, Jesús y María están conmigo!”


Exorcismo


Mientras la santa fundadora esperaba, notó repentinamente a dos criaturas negras agazaparse tímidamente contra la pared en una esquina del cuarto, intentando ocultarse de ella. Indignada, las increpó con fuerte voz:

“Bestias viles y abominables, qué están haciendo aquí? Vuelvan al infierno, que este es un lugar santo, una casa de oración y de penitencia. Todos sus esfuerzos por arrebatar el alma de mi hermana serán inútiles. Jesucristo murió por ella y a pesar de ustedes, la salvará. Les ordeno en nombre de los misterios de la Santísima Trinidad, de la Divina Eucaristía, de la Maternidad Divina de María Santísima y de la Asunción gloriosa de su cuerpo y alma al Cielo, que salgan inmediatamente de este santo lugar. Déjenlo, y nunca más vuelvan a atormentar a cualesquiera de mis hermanas con su abominable presencia”

Luego que pronunciara estas palabras, se escuchó un estruendo. La tierra se sacudió y gritos horribles fueron oídos. Entonces los demonios se marcharon.


Enfermedad y muerte

    
Al regresar a sus sentidos, la monja enferma estaba muy desconcertada pero empecinada, hablaría solamente con la Madre Valenzuela. Pasó una noche terrible sufriendo las crueldades de su conciencia criminal. No obstante, la envidia que sentía hacia la Madre Mariana estaba tan asentada en su corazón que no podía atreverse a pedirle perdón y mucho menos intentar estimarla.

A pedido del doctor, la trasladaron a un cuarto en donde podría ser cuidada, debido a que tenía una enfermedad contagiosa y estaba muy enferma. Las Madres Mariana y Francisca de los Ángeles la cuidaron con gran amor, dulzura y afecto. Aun así, la enferma las trató groseramente, quejándose por todo.

A pesar del cuidado y tratamiento propinado, su condición se empeoró al punto que la muerte era inminente. Sintiéndose morir, gritó en medio de una agitación terrible: “Es muy tarde para mí. No puedo (refiriéndose a la Madre Mariana) apreciarla ni perdonarla. Deseo ser salvada pero no puedo. ¡Oh! ¡Hagan que esas criaturas negras salgan de aquí! Ayúdenme, porque me llevarán!”

     Sin más remedio se aferró a los brazos de la Madre Mariana. Enseguida, las monjas llamaron a un sacerdote pero no se confesó. El clérigo se fue entristecido por esta escena de la impenitente que moría y que poco después daba su último suspiro.

La Madre Mariana sostenía el cadáver en sus brazos. Sus hermanas y cofundadoras españolas le pidieron que la acostara en la cama pero la Venerable Religiosa les respondió:

“Mis Madres y hermanas! tan pronto se olvidan del sacrificio que acepté para salvar esta alma ? Roguemos a Dios fervientemente por ella. Ahora está esperando el juicio de Dios, ya ha cometido todo el mal que ha podido. Ella vivirá otra vez. No se asusten, permanezcan en calma porque se arrepentirá y enmendará sus males por su propia voluntad. Morirá y será salvada más adelante, pero su purgatorio durará hasta el día del juicio final. Esto me lo reveló Nuestro Señor”.

Al decir esto, el cuerpo de la monja muerta tembló y abrió los ojos. Miraba todo alrededor del cuarto como si buscara a alguien. Entonces, fijando su mirada en la santa fundadora, deseó hablar pero su voz se estrangulaba en un mar de llanto. La angelical Madre Mariana secó las lágrimas con amor maternal y le habló de la confianza en la bondad de Dios. La Capitana finalmente sintió cuánto era amada.

Después de una confesión general, comenzó lentamente a recuperarse. Era ahora tan dócil como un niño y nunca deseó estar lejos de su venerable benefactora.


La Madre Mariana entra en el infierno


Tiempo después, Nuestro Señor se le apareció a la Madre Mariana, recordándole que había llegado el tiempo de que pague el precio de la salvación del alma de la Capitana. Le dejó saber que al día siguiente, después de recibir la Santísima Comunión, tan pronto como la especie sacramental se le disolviera, entraría en el infierno.

Así, un día después y antes de comulgar, sintió como si su corazón se rompiera. Intentó aferrarse a Nuestro Señor tanto cuanto sea posible, pero tan pronto como la especie divina se deshizo, sintió un dolor terrible como si el alma se arrancara de su pecho. A partir de ese momento se volvió totalmente insensible a Dios.

Permaneciendo cinco años bajo el estado de un alma condenada, perdió la noción del tiempo y estaba convencida que aquello duraría eternamente. Su sublime amor para Dios y su Santísima Madre había ahora cambiado por sentimientos de repugnancia y desprecio.


Mientras tanto, su alma sufrió todos los tormentos de un condenado, sus cinco sentidos corporales fueron empapados en una increíble tortura. Su cuerpo parecía cuál brasa que ardía intensamente quemándose sin ser consumido en medio de dolores inimaginables. Sus ojos contemplaron las escenas infernales más horribles mientras que las blasfemias más atroces asaltaron constantemente sus oídos. Su sentido del olor fue plagado por toda la inmundicia humana, y su sentido del tacto fue atormentado por filosas puntas que se introducían hasta lo más profundo de su cuerpo. Su paladar fue torturado por un gusto horrible desconocido, mientras que los demonios derramaban azufre derretido debajo de su garganta. Al mismo tiempo, los demonios golpeaban sus cabezas al punto de derramar sus sesos sobre ella, incitándola así a la cólera, a la desesperación y a la blasfemia.

Sufrió todo esto mientras llevaba su vida diaria en el Convento. Nunca abrió sus labios para quejarse ante la comunidad. Más bien seguía siendo un ejemplo perfecto de dulzura, humildad y obediencia. Solamente el sacerdote franciscano que la dirigía y las otras fundadoras sabían lo que la Madre Mariana padecía, y rezaban por ella incesantemente.

La única muestra exterior de sus sufrimientos en el infierno era que sus mejillas, normalmente atractivas y sanas, realzando su belleza natural, perdieron su color y se pusieron pálidas. En extremo, era ella un cadáver que deambulaba.


Muerte de la Capitana


Cinco años más adelante, mientras rezaba, la Madre Mariana gritó fuertemente y cayó como si hubiese muerto. Permaneció mucho tiempo inconsciente, finalmente, suspirando de manera profunda abrió los ojos, que estaban llenos de lagrimas de alivio. Su infierno había terminado. Y gradualmente fue recuperando su salud y hermoso color.

No pasó mucho tiempo de esto cuando La Capitana cayó enferma y acercándose su fin, confesó todos sus pecados y murió tranquilamente, asistida por la Santa Madre Iglesia.

La Madre Mariana de Jesús contempló el juicio de la monja, donde le fue mostrado que su salvación fue debida a los cinco años que estuvo en el infierno. La Capitana llevó consigo a la eternidad esta gratitud inmensa. En el purgatorio su benefactora la ayudó mucho, ya que no dejó de rezar nunca por ella. Después de la muerte de la Madre Mariana, esta alma del purgatorio fue olvidada gradualmente.