Bodas de Plata de la Coronación Canónica de Nuestra Señora de El Buen Suceso

Confección milagrosa de la Imagen de Nuestra Señora de El Buen Suceso





Salve Sancta Parens!






     Quiso la Divina Providencia que el Ecuador fuese desde sus inicios muy bendecido por numerosos santuarios marianos dedicados a la Santísima Virgen que recuerdan sus apariciones y sus incontables favores. En varios de ellos se encuentran imágenes excepcionales muy veneradas por peregrinos de todo el país. Por todo esto, bien se puede considerar al Ecuador como el Relicario de América.

   Entre ese singular número de advocaciones que reflejan las múltiples virtudes incomparables de la Madre de Dios, existe una de ellas que brilla de modo espectacular con luz propia.

     La insigne devoción a María de El Buen Suceso cumple cuatrocientos dos años de aquel bendito día en que la Santísima Virgen pedía a una de las Santas Fundadoras del Real Convento de la Limpia e Inmaculada Concepción de Quito, la Venerable Madre Mariana de Jesús Torres, mandar a elaborar una Imagen representada tal como se mostraba ante sus ojos en dicho monasterio, y de su posterior angelical elaboración.

     Es a partir del día 2 de Febrero de 1594,  que Nuestra Señora indicaría con marcada insistencia el papel trascendental de esta invocación como estímulo para la firmeza en la fe, para una confiada esperanza y para un ardoroso amor para con Ella!

     También, a través de continuas revelaciones, la Reina del Cielo refería las terribles pruebas que habría en el siglo 20, por ende en el siglo 21, trazando por un lado el mapa de la verdadera historia del Ecuador naciente y el del futuro y el rumbo hacia el cual nuestro país y el mundo caminan. A continuación ponemos a consideración de nuestros lectores el relato de la extraordinaria historia de la Bendita Imagen de Nuestra Señora de El Buen Suceso



Era el 16 de enero de 1611

     La Madre Mariana, comunicó entonces al Obispo el pedido de Nuestra Señora de mandar a elaborar la imagen. El Prelado quedó profundamente conmovido y entró en contacto con Francisco del Castillo.

     El escultor apenas podía contener su sorpresa, alegría y gratitud por haber sido nombrado para este santo  proyecto y rechazó cualquier pago en vista de que ya se consideraba completamente compensado al haber ser elegido por la misma Santísima Virgen. Pidió solamente que su familia y descendientes permanezcan siempre en los rezos de la comunidad.



     Se confesó, comulgó y empezó la elaboración de su obra, siempre bajo la orientación de la Madre Mariana, que le indicaba las facciones y la postura de Nuestra Señora, recibiendo también las medidas exactas con las que tenía que ser entallada la imagen, esto es, cinco pies y nueve pulgadas de alto.

     Cinco meses le llevarían al artista para realizar la obra. Faltándole algunas pulidas, salió de viaje fuera de Quito en búsqueda de las mejores pinturas y los más finos barnices para concluir su trabajo.



Confección milagrosa


     Aquello sucedió en enero de 1611, cuando la imagen estaba casi terminada, y solamente le faltaban los toques finales de tintura; entonces Francisco del Castillo informó a la Madre Mariana que como el acabado era lo más importante, deseaba contar con los más pulcros materiales que existieran. Fue a buscarlos en otro sitio, prometiendo regresar en dos semanas, suspendiendo así el trabajo después de recibir la Santa Comunión.

     Durante esos días en la comunidad sólo se hablaba de la Santa Imagen que estaba a punto de ser acabada, bendecida e instalada como Reina y Superiora del Convento.



     En la mañana del 16 de enero, mientras las hermanas se acercaban al Coro Alto para rezar el Oficio Matinal, oyeron una hermosa melodía.

     Al entrar al Coro contemplaron la Imagen, bañada por una luz celestial, mientras que ecos de voces angelicales aun resonaban y cantaban el “Salve Sancta Parens” - Ave ! Santa Progenitora -

     Vieron que la Imagen había sido exquisitamente acabada y que su rostro emitía rayos brillantes de luz!

     Días después, el escultor se presentó en el Convento trayendo consigo los mejores esmaltes y listo para terminar su creación.


     Sin contarle nada, fue invitado por las Madres y llevado al Coro Alto donde, sorprendido por tal maravilla, exclamó emocionado:


     “Madres, qué es lo que veo? Esta Imagen preciosa no es el trabajo de mis manos! No puedo describir lo que siento en mi corazón! Esto es obra de manos angelicales! Es imposible en la tierra para cualquier escultor, por más hábil que sea, imprimir tal perfección y tal extraordinaria belleza!”. Y llorando, en medio de sentimientos profundos de fe y piedad, cayó a los Pies de la Sagrada Imagen.


     Enseguida, pidiendo papel y lápiz, testimonió por escrito y bajo juramento, que aquella bendita Imagen no era obra suya, sino más bien de los Ángeles, pues la encontró totalmente distinta a su regreso.


     Don Francisco del Castillo, presuroso, salió del Convento, llegando donde el Obispo y emocionado le narró lo que sus ojos acababan de ver por lo que el Prelado acudió de inmediato donde las Madres, encontrando la Imagen transformada pero mucho más perfecta de lo que se desprendía del relato del escultor, y arrodillándose ante Ella, reconoció el prodigio mientras que de sus grandes ojos brotaban lágrimas. Atestiguó que la Imagen había sido modificada y enriquecida por manos no humanas. Conmovido y extasiado proclamó a los Pies de la misma:


     “María, Madre de Gracia y Madre de Misericordia, en la vida y sobretodo en la hora de la muerte, amparadnos, Grande Señora!”

     Luego, llamando a la Madre Mariana, electa nuevamente Abadesa, le pidió que entrara en el confesonario. Intuía que ella debía saber sobre lo ocurrido.


     La Santa Fundadora le relató entonces que en el día 15 de Enero de 1611, Dios le previno acerca de las Misericordias que presenciaría en la madrugada del día 16, pidiéndole además, se prepare con penitencias y mucha oración.


     Haciendo esto, ya en la madrugada, vio al Coro Alto y a toda la Iglesia iluminarse con luces celestiales. Luego se abrieron las puertas del Sagrario y en la Santa Hostia aparecía la Santísima Trinidad, conociendo en ese instante, el Misterio de la Encarnación del Verbo así como el amor infinito de las Tres Divinas Personas a María Santísima, la cual era aclamada como Reina y Señora por los nueve Coros Angelicales.


     De inmediato, los tres Arcángeles se aproximaron ante la Imagen y San Miguel, reverenciándola, le decía:

“María Santísima, Hija de Dios Padre!".

Le seguía San Gabriel, diciendo:

“María Santísima, Madre de Dios Hijo!".

Finalmente, era San Rafael quién decía:

“María Santísima, Esposa Purísima del Dios Espíritu Santo!".


   Luego apareció el padre seráfico y junto a los tres arcángeles se aproximaron a la Imagen semi-concluida por don Francisco del Castillo y en un instante la rehicieron.


    "No tuve luz para percibir cómo se operó la transformación instantánea, pero fue tan linda como la vio Vuestra Reverencia" le relató la Madre Mariana al Obispo, acrecentando que "la Reina de los Ángeles, en medio de estas alegrías se acercó a la Imagen y penetró en ella, a manera de rayos de sol que inciden en hermosos cristales. En ese momento la Imagen adquirió vida y entonó con celestial armonía el Magnificat. Esto aconteció a las tres de la mañana"

     
     La Madre Mariana recuperó luego sus sentidos, viendo en su delante a la Bendita Imagen, bellísima y llena de luz como si estuviese en medio del sol.




     Por la mañana y al entrar al Coro, las hermanas del Convento, contemplaron que la Imagen reflejaba una mirada majestuosa, serena, dulce, amable y atrayente. Comprendieron así que otras manos, otra inspiración, habían modelado aquella maravilla