Bodas de Plata de la Coronación Canónica de Nuestra Señora de El Buen Suceso

Septiembre de 1610: primeras cinceladas de la Maravillosa Imagen de Nuestra Señora de El Buen Suceso





La Santísima Virgen insiste en la elaboración de la Imagen



La Madre Mariana temía que la población indígena de Quito, recientemente catequizada y aún con inclinaciones idolatras ofreciera la reverencia incorrecta a una representación tan magnífica de la Madre del Dios.

El 2 de febrero de 1610, arrodillada ante el Santísimo Sacramento y mientras rezaba sus acostumbradas oraciones de la noche, de repente sintió su corazón saltar de alegría en su interior.

En un instante se encontró ante la Reina del Cielo, Quien se hallaba cubierta de luces que resplandecían intensamente dentro de un marco oval de estrellas que brillaban tenuemente. Notó entonces que Nuestra Señora la vía con cierta severidad y sin decir una palabra.

La Madre Mariana rogó a la Celestial Reina que no la mirara de esa forma y le prometió realizar todo lo que Ella le ordene aunque le cueste su vida.

La Divina Señora entonces la reprendió pacientemente, preguntándole porqué dudó y temió a pesar de saber que Ella es una poderosa Reina. Le aseguró que no habría peligro de idolatría. Más por el contrario, esta imagen no sólo sería necesaria para el convento sino también para la gente en general a través de los siglos.

Entonces la Santísima Virgen escogió al artista que debía realizar esta santa tarea. Sería Don Francisco de la Cruz del Castillo, hombre de buena familia y un escultor consumado, temeroso de Dios, honesto y vertical con su esposa e hijos, gobernando su hogar guiado por los diez mandamientos. A este hombre piadoso, tendría la Madre Mariana que indicarle los pormenores físicos de la Reina del Cielo, a quien veía con sus propios ojos. Creyéndose incapaz de ello, la Sierva de Dios se dirigió a Nuestra Señora diciéndole:

“Pero Señora, Madre Querida de mi alma, yo, insignificante criatura, jamás podré describir vuestra hermosa figura a artista alguno…. Realmente sería necesario que uno de los arcángeles elabore esta Santa Imagen que vos deseáis”.

La celestial Reina calmó su preocupación asegurándole que Francisco del Castillo la esculpiría y sus ángeles le darían el toque final.


El insigne escultor


Convento de la Inmaculada Concepción de Quito

Hay secretos que Dios solo guarda para quienes son puros…
    
Mandado a llamar por la santa Fundadora el día 5 de Febrero de 1610, se presentó don Francisco del Castillo sin demora poniéndose de inmediato a las órdenes del Convento de la Inmaculada Concepción.

“Teniendo conocimiento de que es usted primero un buen católico y después un muy diestro escultor – le indicó la Madre Mariana- deseo encargar en sus hábiles manos un trabajo que requiere de especial dedicación…

“Es nuestro deseo hacer entallar una Imagen de la Santísima Virgen bajo la tan consoladora advocación de El Buen Suceso y no será una Imagen cualquiera, deberá tener vida, con rasgos celestiales muy parecidos a los de la Celestial Reina que habita en los Cielos. Yo misma le proporcionaré las medidas exactas de Nuestra Augusta Madre.

Al escuchar las indicaciones de la Venerable Abadesa, el escultor se vio embargado de sentimientos indecibles de amor a Dios y a Nuestra Señora y se  vio deseoso de prestar sus mejores servicios lo más pronto posible.

Nacido en Valladolid y de familia noble, don Francisco residía en Quito junto con su esposa, doña María Javiera Paredes.

Dios había premiado las virtudes de esta matrimonio con tres hijos: María, la mayor, que ingresó como Religiosa al Convento de las Concepcionistas de Quito luego de la confección y consagración de la Sagrada Imagen por parte del Obispo.

El hijo intermedio, Francisco, ingresó a la orden franciscana. De ferviente devoción a Jesús Sacramentado y a la Inmaculada Concepción, fue enviado a uno de los Conventos de España, sobresaliendo con sus prédicas y su connotada virtud.

Manuel, el hijo menor, contrajo matrimonio con una quiteña de noble linaje, trayendo consigo la descendencia de la familia “Del Castillo” existente hasta hoy.

Luego de la Madre Mariana exponer su pedido, el escultor le respondió lleno de entusiasmo:

“Su Reverencia! algo sucede conmigo y no sé qué es. La he escuchado atentamente e intuyo que usted tiene conocimiento de algún secreto divino, caso contrario no se explica el fuego que encierran sus palabras. He recibido innumerables encargos de obras pero jamás he sentido lo que ahora siento al recibir vuestro pedido, del cual me considero dichoso y a la vez agradecido por haber sido de entre algunos, elegido. Cuente con mi mayor esfuerzo, y para realización de esta obra extraordinaria me comprometo en conseguir la más especial de las maderas pues esta Imagen deberá, de ser posible, durar hasta el fin del mundo.

“Pero –prosiguió el escultor- qué hay de las facciones celestiales? eso si me será imposible! Qué escultor podrá plasmar en un trozo de madera la indescriptible belleza de la Soberana Reina? Será para esto necesario el concurso de los Santos Ángeles…!”

Una vez concluidos sus trabajos de pedidos anteriores, el escultor salió de Quito en procura de la madera, la que luego de una intensa búsqueda trajo consigo a fines de Agosto de 1610. Siendo interrogado por la Madre Mariana y demás Fundadoras por el precio de la obra, muy afectuosamente les respondió:

“Sus Reverencias! Yo ya estoy muy bien remunerado, incluso en demasía. Fui  yo y no otro el escogido para realizar esta Sagrada encomienda. Solo les ruego me conserven junto con mi familia por siempre en sus oraciones y que éstas se perpetúen en sus sucesoras tal como se perpetuará la Santa Imagen cuya escultura en breve daré inicio”.

Para esto, la Madre Mariana y las Fundadoras convinieron pedir al Obispo la licencia correspondiente para que la Imagen fuese elaborada en el Coro Alto pues era en ese bendito lugar donde se había aparecido Nuestra Señora y por haber sido el mismo escogido por Ella para desde allí gobernar el Convento. El Obispo, Mons. Salvador de Rivera, aceptó gustosamente ofreciendo incluso como donación las llaves de oro que debían ser colocadas en la mano derecha de la Imagen el día de su consagración.


Comienza la elaboración de la Portentosa Imagen





Así, luego de confesarse y de recibir la Santa Comunión en la Iglesia de la Inmaculada Concepción, pidiendo a Dios la Luz y  la Gracia necesarias para realizar la mejor de sus obras, el devoto escultor comenzaba su bendita labor en la mañana del día 15 de Septiembre de 1610.

Sus jornadas de trabajo convergían en un fervor reinante entre las Religiosas Concepcionistas, quienes quedaban absortas ante la dedicación, envuelta en la sacralidad y en el silencio del escultor español, por un lado, y de la quietud de alma de la Madre Mariana, por otro, que traspasaba las esferas de este mundo y que con palabras y gestos propios de los ángeles, le indicaba las facciones y las posturas con que debía ser entallada la Sagrada Imagen.  Las monjas, incluso se prestaban para ayudar en lo que don Francisco necesitara, ora alcanzándole alguna herramienta, ora levantando algún trozo de madera, mismo aun ignorando por completo la razón de ser de la Imagen en confección, que tan solo las Madres Fundadoras, a través de los relatos hechos por la Madre Mariana, conocían. El propio Prelado se hacía presente con frecuencia en el Coro para visualizar el trabajo de don Francisco pidiendo a las Madres rezaren con entusiasmo para el feliz suceso de la obra.