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Su nombre y sus intenciones estarán un año a los pies de la Sagrada Imagen de Nuestra Señora de El Buen Suceso, bajo su manto protector y misericordioso
La unión extraordinaria con Nuestra Señora, el cíngulo para medir su misericordia
“Entonces aparecía, en una inmensa claridad, una
hermosa y linda señora con un preciosísimo niño en el brazo izquierdo y un
báculo en el derecho. En el báculo había una cruz de diamantes, los que
relucían, cada uno, como un sol, y en medio de la cruz, una estrella de rubíes,
teniendo grabado el nombre de María, que despedía un conjunto de luces, cada
una más brillante que la otra.”
“La humilde madre Mariana, confundida en su propio
conocimiento, no se creía digna de tal favor. Su corazón, purificado de varios
afectos, era una brasa ardiente de Amor Divino, y creía que era alguna ilusión
fantástica, causada por sus grandes sufrimientos; y, recobrando las fuerzas,
extendió sus brazos diciendo:
“Hermosa Señora, ¿quién sois y qué queréis de mí en
este lugar oscuro en que me encuentro con mis hijas sufridas?"
Entonces la visión divina fue de esta manera:
“Hija predilecta de mi corazón y esposa amada de mi
Divino Hijo, tu humilde entendimiento te atrae a mi Corazón así como el orgullo
que reina en esta pobre colonia me aparta de ella…Por esto, es voluntad de mi
Hijo Santísimo que tú misma mandes a ejecutar mi imagen bajo la invocación de
El Buen Suceso y te apresures a colocarla en la cátedra de la Abadesa, para que
yo desde allí gobierne mi monasterio! Y la imagen tendrá que ser tallada tal
como ves!”
Oyendo estas palabras, la madre Mariana abrió su
espíritu a María Santísima, su Madre Celestial y Abadesa, y le dijo con timidez:
“Hermosa y linda Señora, vuestra hermosura me
encanta. ¡Oh! Si me fuera dado dejar la tierra ingrata para elevarme con Vos al
Cielo! Mas permitidme que os haga saber que ninguna persona humana, por más
entendida que fuese en el arte de la escultura, podrá trabajar en madera
vuestra encantadora Imagen, tal como me pedís, con todos los detalles. Enviad a
los ángeles del Cielo, pues yo no sabría explicar a criatura alguna, ni menos
podría saber y dar la talla de vuestra estatura”.
Nuestra Señora le dijo entonces, entre otras cosas:
“…En cuanto a la altura de mi talla, mídela tu misma
con el cordón seráficoque traes en
tu cintura”(*)
La Madre Mariana respondió:
“Linda Señora, mi Madre querida, ¿atreverme yo—que
soy sólo viandante—a
tocar vuestra frente divina, cuando ni los espíritus angélicos pueden hacerlo?
Vos sois el Arca Viva de la Alianza, y si Osa, sólo por el hecho de haber
tocado el Arca Santa para evitar que cayese al suelo, cayó muerto, cuánto más
yo, mujer pobre y débil”.
Nuestra Señora dijo:
“Me alegra tu humilde temor y veo el amor ardiente a
tu Madre del Cielo, que te habla; trae y pon en mi mano derecha tu cordón, y
tú, con la otra extremidad toca mis pies”.
Luego de que la madre Mariana, temblando de júbilo,
amor y reverencia, hizo lo indicado, la Reina del Cielo, Nuestra Señora,
prosiguió:
“Aquí tienes, hija mía, la medida de tu Madre del
Cielo; entrégala a mi siervo Francisco del Castillo, explicándole mis facciones
y mi postura; Y él trabajará exteriormente mi imagen porque es de conciencia
delicada y observa escrupulosamente los Mandamientos de Dios y de la Iglesia;
ningún otro será digno de esta gracia”.
Es con este bellísimo relato que el Padre Manoel de
Souza Pereira, OFM (siglo XVIII) describe la tercera aparición de Nuestra
Señora de El Buen Suceso a la venerable sierva de Dios, madre Mariana de Jesús
Torres, ocurrida el 16 de enero de 1599, precisamente en instancias en que las
santas fundadoras del Monasterio de la Inmaculada Concepción de Quito sufrían
una cruel persecución de parte de pésimas hermanas del convento, las que habían
iniciado una revolución que tenía por objeto acabar con la autoridad de dicho
claustro. Esto, a tal punto que la madre Mariana, abadesa del convento en ese
entonces, fue encarcelada en una prisión por las monjas rebeldes. En dicho
encierro, la Santísima Virgen le ordenaría la ejecución de una imagen que debía
gobernar el monasterio. Para esto, la Madre de Dios pondría un empeño reiterado
en que fuera medida su estatura. ¿Por qué esta insistente solicitud de la Reina
del Cielo? ¿Qué significado tendría esta apertura tan íntima de su alma?
¿Encierra algún simbolismo? Invitamos al lector a descubrir, en el presente
artículo, el velo de este lindísimo acto de confianza que Nuestra Señora pide
de cada uno de nosotros.
Escudo de la Orden de la Inmaculada Concepción, adornado en sus bordes por el cordón franciscano
Segunda
medición de Nuestra Señora de El Buen Suceso. Anuncio de la muerte del Obispo
Salvador de Rivera
Transcurrieron once años, y la Santísima Virgen
volvía a insistir a la madre Mariana en la confección de la imagen de El Buen
Suceso, recalcando la suma importancia de esta advocación suya en los siglos
futuros. Para esto le ordena ir en busca del obispo, escogido por la Providencia para consagrar dicha imagen, y decirle sobre la importancia de su elaboración, debiendo ser colocada a la cabeza del monasterio que lo consideraba de su propiedad y así gobernarlo desde allí
La Santísima Virgen decía entonces en aquel día del
21 de enero de 1610, durante su cuarta aparición:
“Aplacarán la ira divina quienes a mí recurran bajo
la invocación de El Buen Suceso, cuya imagen pido y mandes que hagas ejecutar
con presteza para consuelo y sustento de mi monasterio y de los fieles de ese
tiempo[siglo
XX y lo sucesivo]”.
“Esta devoción será el pararrayos colocado entre la
Justicia Divina y el mundo prevaricador, para impedir que se descargue sobre
esta tierra culpable el formidable castigo que merece”.
“Hoy mismo, cuando amanezca, irás a hablar con el
obispo y le dirás que yo te pido mandes a esculpir mi imagen, para ser
colocada a la cabeza de esta comunidad, a fin de tomar posesión completa de
aquello que por tantos títulos me pertenece. Y como prueba de la veracidad de
lo que dirás, morirá él dentro de dos años y dos meses, debiendo desde ya
prepararse para el día de la eternidad, porque su muerte será violenta”. (La muerte de Monseñor Salvador de Rivera se dio el 24 de marzo de 1612)
Ante las órdenes maternales de Nuestra Señora, la
madre Mariana respondió:
“Bella Señora que atraéis mi corazón y lo eleváis
hasta Dios, la imperceptible hormiguita que tenéis ante vuestra presencia no
podrá referir al artista vuestra estatura”.
La Reina del Cielo le contestó, comunicándole una
vez más sus deseos de ser medida:
“Nada de esto te preocupe, hija querida. En cuanto a
mi estatura, trae acá el cordón que te ciñe y mídeme sin temor, pues a una
madre como yo le agrada la confianza respetuosa y la humildad de sus hijos”.
Madre Mariana de Jesús Torres
Entregando su cordón en tales divinas manos, la
madre Mariana le dijo a Nuestra Señora:
“Reina del Cielo y Madre Querida, aquí tenéis la cuerda
para mediros. ¿Quién la sostendrá en vuestra hermosa frente?, pues yo no me
atrevo”.
Ante esto, y luego de que los tres arcángeles, San
Miguel, San Gabriel y San Rafael, levantaran la imperial corona de la Santísima
Virgen, Ella misma colocó una punta del cordón en su frente llena de belleza,
mientras la Madre Mariana tocaba con la otra punta sus divinos pies, quedando
así establecida la medida para la elaboración de la imagen.
Tercera
medición, 2 de febrero de 1610
Transcurrieron dos semanas y Nuestra Señora
remarcaba que la hechura de la imagen no se podía postergar más. Llama mucho la
atención la disponibilidad que Ella tendría en ser medida nuevamente, esta vez,
por tercera ocasión
El día 2 de febrero de 1610, a la una de la mañana,
la madre Mariana rezaba, como de costumbre, en el coro alto del convento, y a
la vez, meditaba sobre la humildad de María Santísima en el soberano misterio
de la Purificación. Al terminar su oración resolvió ir a descansar. En eso, se
sintió en presencia de su Madre Santísima de El Buen Suceso, que estaba cercada
de luces que esparcían estrellas dispuestas en forma de arco. Así, Nuestra
Señora le dijo, entre otras cosas:
“Con la hechura de mi imagen favoreceré al pueblo en
general a través de los siglos. Ve cuanto antes a hablar con el obispo…y
apresúrate en mandar a esculpirla porque el tiempo vuela y solo dispone de dos
años de vida el actual obispo gobernante, escogido para consagrar mi imagen con
los santos óleos”.
Como anteriormente, la Madre Mariana, no podía
ocultar a la Reina del Cielo su incapacidad muy natural para describir sus
facciones al escultor escogido; y solicitó a la bella Señora medir su estatura.
Entonces la Santísima Virgen le dijo:
“Las facciones de mi imagen no deben preocuparte,
pues serán como yo quiero que sean, para los altos fines a que está destinada”.
“Dame ahora la punta del cíngulo que traes a tu
cintura, símbolo de pureza de la esposa del Divino Jesús”.
De inmediato, la madre Mariana corresponde al pedido
de la Santísima Virgen; y, mientras le tocaba el pie derecho con una de las
puntas de su cordón, levantó sus ojos y vio al Niño Jesús tocando, con la otra
punta, la frente de su Divina Madre, abrazándola con amor de hijo y complacido
por la belleza con que la había adornado al llenarla de gracias, dones y
virtudes para hacerla su madre. Estirándose como elástico, el cordón alcanzó la
altura la altura de la Santísima Virgen. Acto seguido, el Niño Jesús extendió
su mano y lo entregó a la Madre Mariana diciéndole:
“Esposa mía, aquí tienes la tan deseada estatura de
mi Madre Santísima.
“Conserva este cordón con veneración”.
Tres días después, esto es, el 5 de febrero de 1610,
el escultor español Francisco de la Cruz del Castillo, con devoción y
entusiasmo, recibía de la madre Mariana la medida de la altura de la imagen
cuya elaboración iniciaría siete meses después, el 15 de Septiembre, para ser
precisos.
Continuará....
(*)Llamadas concepcionistas franciscanas, las
religiosas de la orden de la Inmaculada concepción, adoptaron desde su
fundación, la regla de santa Clara, convirtiéndose por tanto enuna rama de la Orden de los Frailes
Menores o Franciscanos.
Es en honor del Padre Seráfico que ciñen en la cintura el cíngulo o cordón
franciscano
Prodigio de la Sierva de Dios Madre Mariana de Jesús Torres en Guayaquil
“Llora con instancia,
clama sin cansarte y llora con lágrimas amargas en el secreto de tu corazón,
pidiendo a Nuestro Padre Celestial que por amor al Corazón Eucarístico de mi
Hijo Santísimo, por esa preciosísima sangre vertida con tanta generosidad y por
esas profundas amarguras y dolores de su Pasión y Muerte, ponga cuanto antes
fin a tan aciagos tiempos, enviando a esta Iglesia el Prelado que deberá
restaurar el espíritu de los sacerdotes; a ese hijo mío muy querido, a quien amamos
mi Hijo Santísimo y yo con amor de predilección” (Revelaciones de Nuestra Señora
de El Buen Suceso a la Venerable Sierva de Dios, Madre Mariana de Jesús Torres,
el 2 de Febrero de 1634).
Fotografía tomada a un cuadro con el rostro de la Madre Mariana de Jesús Torres. A un costado, una reliquia de la Sierva de Dios.
El día 21 de Junio del
2014, una foto de la Madre Mariana de Jesús Torres, fundadora del Monasterio de
la Inmaculada Concepción de Quito, cuyo cuerpo se encuentra incorrupto desde su
muerte hace 379 años, apareció con una lágrima en su mejilla en el instante de
ser captada. Dicha foto en que la Sierva de Dios aparece llorando prodigiosamente,
fue tomada durante una reunión de los Devotos de la Virgen de El Buen Suceso,
por uno de los participantes con su celular.
Lágrima cayendo por la mejilla del rostro de la Madre Mariana de Jesús Torres
Cuadro original de la Madre Mariana de Jesús Torres, en cuya fotografía posterior apareció la prodigiosa lágrima
LA VERDADERA PIEDAD debe impregnar toda el alma humana, y, por tanto, también debe despertar y estimular la emoción. Pero la piedad no es sólo emoción, y ni siquiera es principalmente emoción. La piedad brota de la inteligencia, seriamente formada por un cuidadoso de la doctrina cristiana, por un conocimiento exacto de nuestra Fe, y, por tanto, de las verdades que deben regir nuestra vida interior. La piedad reside también en la voluntad. Debemos querer seriamente el bien que conocemos. No nos basta, por ejemplo, saber que Dios es perfecto. Necesitamos amar la perfección de Dios, y, por tanto, debemos desear para nosotros algo de esa perfección: es el ansia de santidad.
No hay verdadero amor sin sacrificio
"DESEAR" no significa apenas sentir veleidades vagas y estériles. Sólo queremos seriamente algo, cuando estamos dispuestos a todos los sacrificios para conseguir lo que queremos. Así, sólo queremos seriamente nuestra santificación y el amor de Dios, cuando estamos dispuestos a todos los sacrificios para alcanzar esta meta suprema. Sin esa disposición, todo el "querer" no es sino ilusión y mentira. Podemos tener la mayor ternura en la contemplación de las verdades y misterios de la Religión: pero si de ahí no sacamos resoluciones serias, eficaces, de nada valdrá nuestra piedad.
Es lo que especialmente se debe decir en los días de la Pasión de Nuestro Señor. No nos vale apenas acompañar con ternura los varios episodios de la Pasión. Esto sería excelente; sin embargo, no sería suficiente. Debemos dar a Nuestro Señor, en estos días, pruebas sinceras de nuestra devoción y amor.
Estas pruebas, las damos cuando tenemos el propósito de enmendar nuestra vida y de luchar con todas las fuerzas por la Santa Iglesia Católica, Apostólica, Romana.
La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo. Cuando Nuestro Señor interpeló a San Pablo, en el camino de Damasco, le preguntó: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" Saulo perseguía a la Iglesia. Nuestro Señor le decía que era a Él mismo a quien Saulo perseguía.
La Pasión de Cristo en nuestros días
SI PERSEGUIR a la Iglesia es perseguir a Jesucristo, y si hoy también la Iglesia es perseguida, hoy Cristo es perseguido. La Pasión de Cristo se repite de algún modo también en nuestros días.
¿Cómo se persigue a la Iglesia? Atentando contra sus derechos o trabajando para apartar de Ella a las almas. Todo acto por el cual se aparta de la Iglesia un alma, es un acto de persecución a Cristo. Toda alma es, en la Iglesia, un miembro vivo. Arrancar un alma a la Iglesia es arrancar un miembro al Cuerpo Místico de Cristo. Arrancar un alma a la Iglesia es hacer con Nuestro Señor, en cierto sentido, lo mismo que harían con nosotros si nos arrancasen la niña de los ojos.
Si queremos, pues, condolernos con la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, meditemos sobre lo que El sufrió por mano de los judíos, pero no nos olvidemos de todo cuanto aún hoy se hace para herir al Divino Corazón.
Y esto tanto más cuanto Nuestro Señor, durante su Pasión, previó todo cuanto pasaría después. Previó, pues, todos los pecados de todos los tiempos, y también los pecados de nuestros días. El previó nuestros pecados, y por ellos sufrió anticipadamente. Estuvimos presentes en el Huerto como verdugos, y como verdugos seguimos paso a paso la Pasión hasta lo alto del Gólgota.
* * *
Arrepintámonos, pues, y lloremos.
La Iglesia, sufridora, perseguida, vilipendiada, ahí está a nuestros ojos indiferentes o crueles. Ella está delante de nosotros como Cristo delante de la Verónica. Condolámonos con sus padecimientos. Con nuestro cariño, consolemos a la Santa Iglesia de todo cuanto sufre. Podemos estar seguros de que, con esto, estaremos dando al propio Cristo una consolación idéntica a la que le dio la Verónica.
Incredulidad culpable
COMENCEMOS por la Fe. Ciertas verdades referentes a Dios y a nuestro destino eterno, podemos conocerlas por la simple razón. Otras, las conocemos porque Dios nos las enseñó. En su infinita bondad, Dios se reveló a los hombres en el Antiguo y Nuevo Testamento, enseñándonos no solamente lo que nuestra razón no podía descubrir, sino además muchas verdades que podríamos conocer racionalmente, pero que por culpa propia la humanidad ya no conocía de hecho. La virtud por la cual creemos en la Revelación es la Fe. Nadie puede practicar un acto de Fe, sin el auxilio sobrenatural de la gracia de Dios. Esa gracia, Dios la da a todas las criaturas y, en abundancia torrencial, a los miembros de la Iglesia Católica. Esta gracia es la condición para su salvación. Nadie llegará a la eterna bienaventuranza, si rechaza la Fe. Por la Fe, el Espíritu Santo habita en nuestros corazones. Rechazar la Fe es rechazar al Espíritu Santo, es expulsar del alma a Jesucristo.
Veamos ahora, en nuestro entorno, cuántos católicos rechazan la Fe. Fueron bautizados, pero en el curso del tiempo perdieron la Fe. La perdieron por culpa propia, porque nadie pierde la Fe sin culpa, y culpa mortal. Helos aquí, indiferentes u hostiles, piensan, sienten y viven como paganos. ¡Son nuestros parientes, nuestros prójimos, quizá nuestros amigos! Su desgracia es inmensa. Indeleble está en ellos la señal del Bautismo. Están marcados para el Cielo, y caminan para el infierno. En su alma redimida, la aspersión de la Sangre de Cristo está marcada. Nadie la apagará. Es de cierto modo la propia Sangre de Cristo que ellos profanan cuando en esta alma rescatada se acogen principios, máximas, normas contrarias a la doctrina de la Iglesia. El católico apóstata tiene alguna cosa de análogo al sacerdote apóstata. Arrastra consigo los restos de su grandeza, los profana, los degrada y se degrada con ellos. Pero no los pierde.
¿Y nosotros? ¿Nos importa esto? ¿Sufrimos con esto? ¿Rezamos para que estas almas se conviertan? ¿Hacemos penitencias? ¿Hacemos apostolado? ¿Dónde está nuestro consejo? ¿Dónde está nuestra argumentación? ¿Dónde está nuestra caridad? ¿Dónde está nuestra altiva y enérgica defensa de las verdades que ellos niegan o injurian?
El Sagrado Corazón sangra con esto. Sangra por su apostasía y por nuestra indiferencia. Indiferencia doblemente censurable, porque es indiferencia para con nuestro prójimo y sobretodo indiferencia para con Dios.
Unos conspiran, otros duermen...
¿CUÁNTAS ALMAS en el mundo entero van perdiendo la Fe? Pensemos en el incalculable número de periódicos impíos, radioemisoras impías [¡la televisión de hoy!], de los que diariamente se llena el orbe. Pensemos en los innumerables obreros de Satanás que, en las cátedras, en el seno de la familia, en los lugares de reunión o de diversión, propagan ideas impías. De todo este esfuerzo, ¿quién ha de admitir que nada resulte? Los efectos de todo esto están delante de nosotros. Diariamente las instituciones, las costumbres, el arte, se van descristianizando, indicio incontestable de que el propio mundo se va perdiendo para Dios.
¿No habrá en todo esto una gran conspiración? Tantos esfuerzos, armónicos entre sí, uniformes en sus métodos, en sus objetivos, en su desarrollo, ¿serán mera obra de coincidencias? ¿Dónde y cuando, intenciones desarticuladas produjeron articuladamente la más formidable ofensiva ideológica que la Historia conoce, la más completa, la más ordenada, la más extensa, la más ingeniosa, la más uniforme en su esencia, en sus fines, en su evolución?
No pensamos en esto. No percibimos esto. Dormimos en la modorra de nuestra vida de todos los días. ¿Por qué no somos más vigilantes? La Iglesia sufre todos los tormentos, pero está sola. Lejos, bien lejos de Ella susurramos. Es la escena del Huerto que se repite.
Para decirlo por entero, la Iglesia nunca tuvo tantos enemigos y, paradójicamente, nunca tuvo tantos "amigos". Oigamos a los espiritistas: dicen que no promueven ninguna guerra hacia la religión, y menos aún al catolicismo que a cualquier otra. Sin embargo, la vida de todos ellos, comunistas, espiritistas, protestantes, ¿no es desde la mañana hasta la noche otra cosa, sino una conspiración contra la Iglesia? Ellos también tienen los labios prontos para el ósculo, aunque en su mente ya hayan decidido hace mucho tiempo exterminar a la Iglesia de Dios.
La tibieza y el amor de Dios
¿Y ENTRE NOSOTROS? Gracias a Dios, esta Fe que tantos combaten, persiguen, traicionan, nosotros la poseemos.
¿Qué uso hacemos de ella? ¿La amamos? ¿Comprendemos que nuestra mayor ventura en la vida consiste en ser miembros de la Iglesia, que nuestra mayor gloria es el título de cristiano?
En caso afirmativo – y cuán pocos son los que podrían en sana conciencia responder afirmativamente – ¿estamos dispuestos a todos los sacrificios para conservar la Fe?
No digamos, en un asomo de romanticismo, que sí. Seamos positivos. Veamos fríamente los hechos. No está junto a nosotros el verdugo que nos va a colocar en la alternativa de la cruz o de la apostasía. Pero todos los días, la conservación de la Fe exige de nosotros sacrificios. ¿Los hacemos?
¿Cuán exacto será decir que, para conservar la Fe, evitamos todo lo que la puede poner en riesgo? ¿Evitamos las lecturas que la pueden ofender? ¿Evitamos las compañías con las cuales está expuesta a riesgo? ¿Buscamos los ambientes en los cuales la Fe florece y echa raíces? ¿O, a cambio de placeres mundanos y pasajeros, vivimos en ambientes en que la Fe se deteriora y amenaza caer en ruinas?
Todo hombre, por el propio hecho del instinto de sociabilidad, tiende a aceptar las opiniones de otros. En general, hoy en día, las opiniones dominantes son anticristianas. Se piensa contrariamente a la Iglesia en materia de filosofía, de sociología, de historia, de ciencias positivas, de arte, de todo en fin. Nuestros amigos siguen la corriente. ¿Tenemos el coraje de divergir? ¿Resguardamos nuestro espíritu de cualquier infiltración de ideas erradas? ¿Pensamos como la Iglesia en todo y por todo? ¿O nos contentamos negligentemente en ir viviendo, aceptando todo cuanto el espíritu del siglo nos inculca, y simplemente porque él nos lo inculca?
Es posible que no hayamos arrojado a Nuestro Señor de nuestra alma. Pero, ¿cómo tratamos a este Divino Huésped? ¿Es Él el objeto de todas las atenciones, el centro de nuestra vida intelectual, moral y afectiva? ¿O, simplemente, existe para Él un pequeño espacio donde se lo tolera, como huésped secundario, aburrido, un tanto inoportuno?
Cuando el Divino Maestro gimió, lloró, sudó sangre durante la Pasión no lo atormentaban apenas los dolores físicos, ni sólo los sufrimientos ocasionados por el odio de los que en aquel momento lo perseguían. También lo atormentaba todo cuanto contra Él y la Iglesia haríamos en los siglos venideros. Lloró por el odio de todos los malos, de todos los Arrios, Nestorios, Luteros, pero lloró también porque veía delante de sí al cortejo interminable de las almas tibias, de las almas indiferentes, que sin perseguirlo no lo amaban como debían. Es la falange incontable de los que pasaron la vida sin odio y sin amor, los cuales –según Dante– quedaban fuera del infierno, porque ni en el infierno había un lugar adecuado para ellos.
¿Estamos nosotros en este cortejo?
He ahí la gran pregunta a la que, con la gracia de Dios, debemos dar respuesta en los días de recogimiento, de piedad y de expiación en que ahora debemos entrar.
Video: Esperanza de Triana con Pasan los Campanilleros
En el siglo 19 habrá un Presidente de veras cristiano, varón de
carácter, a quien Dios Nuestro Señor le dará la palma del martirio en la misma
plaza dónde se encuentra éste mi convento; Consagrará la República al Divino
Corazón de mi Amantísimo Hijo, y esta consagración sostendrá la Religión
Católica en los años posteriores, los cuales serán aciagos para la
Iglesia.
Amamos mucho esta pequeña porción de tierra. Un día será Ecuador. (Y)
será consagrada solemnemente al Corazón Santísimo de mi Divino Hijo. Y a plenos
pulmones repetirán de un confín a otro: La República del Sagrado Corazón
de Jesús. (Revelaciones de Nuestra Señora de El Buen Suceso. Vida
Admirable de la Madre Mariana de Jesús Torres, Padre Manuel de Souza Pereira)
La víspera
por la noche se transformó la capital como por encanto. Las nubes que habían oscurecido
el cielo durante el día, se disiparon súbitamente. En un instante, calles,
casas, palacios, iglesias y monumentos públicos se cubren de luminarias, destacándose sobre el
azul del cielo tachonado de estrellas: cincuenta mil hombres recorren las
calles en todos sentidos, llenos de alegría y entusiasmo en medio de la ciudad
resplandeciente. En la fachada de las casas se ostenta la imagen del Sagrado Corazón,
cercada de flores, de candelabros y ricos pabellones y colgaduras. Globos
aerostáticos con los colores nacionales se elevan en los aires, llevando también
la efigie del Sagrado Corazón con estas inscripciones: ¡El Ecuador a su
protector divino! — ¡Viva la república del Sagrado Corazón! Los oídos se
regalan al eco de magníficos conciertos, coros de niños, músicas militares,
cánticos mil alegres y devotos: los transeúntes maravillados se detienen a escuchar
tan suaves armonías.
El pueblo del Sagrado Corazón preludiaba así las demostraciones del día
siguiente. Al salir el sol, salvas de artillería despertaron la ciudad. Las calles fueron al punto
invadidas por el gentío que acudía a recibir la comunión reparadora. A las
siete, la vasta nave de la iglesia metropolitana se llenaba de hombres de todas
clases y categorías; magistrados, militares, profesores, abogados, estudiantes,
labradores y artesanos que querían acercarse a la sagrada mesa para consolar el
Corazón de Jesús. En la catedral solamente se distribuyeron mas de diez mil comuniones:
un pueblo entero en el banquete eucarístico. Nos creeríamos transportados, no
ya a la edad media, sino a los bellos siglos de la Iglesia primitiva. Cuando en
el momento solemne el órgano llenó el templo de piadosas melodías y el canto de
millares de hombres subía al cielo, lágrimas, dulces lágrimas corrían de todos los ojos. Unido a su Dios, el pueblo ecuatoriano, podía procederse al acto solemne de reparación
pedido por el Arzobispo. Hacia la tarde, los Obispos o sus delegados, los demás miembros
del clero secular y regular, el presidente de la república con todos sus
ministros, los miembros del congreso, el tribunal de justicia, los jefes del ejército y la muchedumbre en pos, tomaron su puesto
en el templo. Entonces, en nombre de las autoridades eclesiásticas y civiles,
una voz dejó oír este acto sublime de fé nacional que cada uno repitió en su corazón.
Corazón
adorable de Jesús, Rey de reyes y Señor de señores, por quien y para quien
han sido criados todos los pueblos y naciones de la tierra, en acatamiento de
vuestra amabilísima e infinita soberanía, postrados en vuestra divina presencia
todos los poderes públicos de la Iglesia y del Estado, os ofrecemos y
consagramos desde hoy para siempre la
República del Ecuador, como cosa y posesión exclusiva vuestra. Dignaos
tomar a este pueblo como vuestra herencia, reinad perpetuamente en él; acogedle
bajo vuestra soberana protección; libradlo de todos sus enemigos; manifestad a todas
las naciones que el Ecuador es vuestro; probad al mundo que es bienaventurado
el pueblo que os elije por su Señor y su Dios, y haced brillar para siempre en
nuestra República la Gloria de vuestro Santísimo nombre. Después de este
pleito-homenaje del pueblo a su soberano, comenzó en medio de los sollozos de
la concurrencia, el acto de expiación y de satisfacción por todas las ofensas
de que el Ecuador había podido hacerse culpable hacia la Divina Majestad. Divino Corazón de Jesús, Creador del cielo y de la tierra, Rey universal de las
naciones y Dueño absoluto de todas las cosas, Vos sois el Santo, Vos el Señor,
Vos el Altísimo, Vos nuestro único Dios, de quien emanan todo poder, autoridad
y soberanía! Vos; por quien reinan los reyes y dictan lo justo los
legisladores! ¡Alabado seáis por todos los pueblos y gentes; ensalzado por toda
criatura en los siglos de los siglos! Gracias os damos, Señor, por todos
vuestros beneficios, y principalmente, porque en los excesos de vuestra bondad,
os habéis dignado elegir al Ecuador para vuestra herencia, le habéis defendido
de sus enemigos y le habéis colmado de vuestros dones. Pero ¡ay! que en vez de corresponder con gratitud a tantas larguezas,
hemos pecado, Señor, hemos obrado la iniquidad, hemos procedido impíamente, y
nos hemos apartado de vuestros juicios y mandamientos. Pero no miréis, oh Dios piadosísimo,
a nuestras iniquidades, sino sólo a vuestra misericordia: apartad de nosotros
vuestra ira, aléjense vuestros castigos de este pueblo!
En aquel momento se entabló un diálogo tan
conmovedor como sublime entre el pueblo y su intérprete. ¡Por todas nuestras
iniquidades! exclamaba el representante de Dios. — ¡Perdón! decía la asamblea.
— ¡Por los pecados de nuestros sacerdotes! — ¡Perdón! ¡Perdón! Y la voz
continuó sin excusar a ninguna clase de la sociedad. — ¡Por las extravíos de
nuestros legisladores, las culpas de nuestros magistrados, los delitos de los
padres de familia, las maldades del pueblo, las impiedades y blasfemias, los
perjurios y sacrilegios, la profanación de las cosas santas, las revoluciones y guerras fratricidas, los desacatos contra la
autoridad eclesiástica, los atentados contra la autoridad civil, por los crímenes del 6 de Agosto y del 30 de Marzo; en una palabra, por todas las iniquidades!
¡Perdón! ¡Perdón! gritaba con lágrimas la asamblea entera, escuchando estas letanías
de atentados revolucionarios.
Algunos días después
de este acto público de expiación y penitencia, la fiesta del Sagrado Corazón reunía una vez mas a los representantes de la Iglesia y el Estado, felices, por
renovar antes que se cerrase el congreso eucarístico, la consagración solemne
de 1873.
(Renovación de la Consagración al Sagrado Corazón de Jesús en el Ecuador pocos años después de la muerte de su gestor, el Excmo. Señor Presidente, don Gabriel García Moreno. Trechos del libro García Moreno, Presidente de la República del Ecuador, Vengador y Mártir del Derecho Cristiano, Padre Alfonse Berthe, C. SS. R.)
Texto Original de la Consagración del Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús, 25 de Marzo de 1874
La escena famosa de la aparición del Arcángel San Gabriel a Nuestra Señora constituyó para la humanidad una hora de gracia. El Cielo, que la culpa de nuestros primeros padres había cerrado, se abrió y de él bajó un espíritu de luz y pureza, trayendo consigo un mensaje de reconciliación y de paz. Este mensaje se dirigía a la criatura más hermosa, más noble, más cándida y más benigna que jamás naciera de la estirpe de Adán. Puestas en presencia las dos personas, el diálogo se establece. Conocemos por el Evangelio cuál fue la elevación y la simplicidad inefable de las palabras entonces pronunciadas.
La naturaleza angélica, su fortaleza leve y toda espiritual, su inteligencia y pureza, todo en fin se refleja admirablemente en la figura altamente expresiva de San Gabriel, representado en este cuadro de Fray Angélico. Nuestra Señora es menos etérea, menos leve, menos impalpable, casi diríamos. Y con razón, pues es criatura humana. Sin embargo, algo de angélico se nota en toda la compostura de la Reina de los Ángeles. Y su fisonomía excede en espiritualidad, nobleza y candor a la del propio emisario celestial.
El Ángel es superior a Nuestra Señora por naturaleza. Sin embargo, la Virgen es superior al Ángel por su santidad y por su incomparable vocación de Madre de Dios. De ahí la alta dignidad que ambos —la Virgen y el Ángel— expresan, y también la recíproca veneración con que se hablan. Pero esta actitud tiene aún otra razón más profunda. Invisible, Dios manifiesta sin embargo su presencia en la luz sobrenatural que parece irradiar de ambos personajes y comunicar el esplendor de una alegría pura, tranquila, virginal, a toda la naturaleza. Casi se siente la temperatura suavísima, la brisa levísima y aromática, la alegría que impregna toda la atmósfera.
¿Cómo pintar mejor una hora de gracia? Con un sentido profundo de las cosas, Fray Angélico supo encontrar las líneas y colores necesarios para expresar todo el contenido teológico y moral del episodio evangélico mil veces famoso. Su cuadro es, sin embargo, más que esto: vale por una prédica, pues forma, eleva, anima para el bien a quien lo contempla” (Plinio Corrêa de Oliveira).
Cuadro de la Anunciación, Iglesia de la Inmaculada Concepción de Quito. Al costado inferior, la Madre Mariana de Jesús Torres