O Clemens, O pia, O dulcis Virgo
María! (1)
La unión extraordinaria con Nuestra Señora, el cíngulo para medir su misericordia
“Entonces aparecía, en una inmensa claridad, una
hermosa y linda señora con un preciosísimo niño en el brazo izquierdo y un
báculo en el derecho. En el báculo había una cruz de diamantes, los que
relucían, cada uno, como un sol, y en medio de la cruz, una estrella de rubíes,
teniendo grabado el nombre de María, que despedía un conjunto de luces, cada
una más brillante que la otra.”
“La humilde madre Mariana, confundida en su propio
conocimiento, no se creía digna de tal favor. Su corazón, purificado de varios
afectos, era una brasa ardiente de Amor Divino, y creía que era alguna ilusión
fantástica, causada por sus grandes sufrimientos; y, recobrando las fuerzas,
extendió sus brazos diciendo:
“Hermosa Señora, ¿quién sois y qué queréis de mí en
este lugar oscuro en que me encuentro con mis hijas sufridas?"
Entonces la visión divina fue de esta manera:
“Hija predilecta de mi corazón y esposa amada de mi
Divino Hijo, tu humilde entendimiento te atrae a mi Corazón así como el orgullo
que reina en esta pobre colonia me aparta de ella…Por esto, es voluntad de mi
Hijo Santísimo que tú misma mandes a ejecutar mi imagen bajo la invocación de
El Buen Suceso y te apresures a colocarla en la cátedra de la Abadesa, para que
yo desde allí gobierne mi monasterio! Y la imagen tendrá que ser tallada tal
como ves!”
Oyendo estas palabras, la madre Mariana abrió su
espíritu a María Santísima, su Madre Celestial y Abadesa, y le dijo con timidez:
“Hermosa y linda Señora, vuestra hermosura me
encanta. ¡Oh! Si me fuera dado dejar la tierra ingrata para elevarme con Vos al
Cielo! Mas permitidme que os haga saber que ninguna persona humana, por más
entendida que fuese en el arte de la escultura, podrá trabajar en madera
vuestra encantadora Imagen, tal como me pedís, con todos los detalles. Enviad a
los ángeles del Cielo, pues yo no sabría explicar a criatura alguna, ni menos
podría saber y dar la talla de vuestra estatura”.
Nuestra Señora le dijo entonces, entre otras cosas:
“…En cuanto a la altura de mi talla, mídela tu misma
con el cordón seráfico que traes en
tu cintura” (*)
La Madre Mariana respondió:
“Linda Señora, mi Madre querida, ¿atreverme yo —que
soy sólo viandante — a
tocar vuestra frente divina, cuando ni los espíritus angélicos pueden hacerlo?
Vos sois el Arca Viva de la Alianza, y si Osa, sólo por el hecho de haber
tocado el Arca Santa para evitar que cayese al suelo, cayó muerto, cuánto más
yo, mujer pobre y débil”.
Nuestra Señora dijo:
“Me alegra tu humilde temor y veo el amor ardiente a
tu Madre del Cielo, que te habla; trae y pon en mi mano derecha tu cordón, y
tú, con la otra extremidad toca mis pies”.
Luego de que la madre Mariana, temblando de júbilo,
amor y reverencia, hizo lo indicado, la Reina del Cielo, Nuestra Señora,
prosiguió:
“Aquí tienes, hija mía, la medida de tu Madre del
Cielo; entrégala a mi siervo Francisco del Castillo, explicándole mis facciones
y mi postura; Y él trabajará exteriormente mi imagen porque es de conciencia
delicada y observa escrupulosamente los Mandamientos de Dios y de la Iglesia;
ningún otro será digno de esta gracia”.
Es con este bellísimo relato que el Padre Manoel de
Souza Pereira, OFM (siglo XVIII) describe la tercera aparición de Nuestra
Señora de El Buen Suceso a la venerable sierva de Dios, madre Mariana de Jesús
Torres, ocurrida el 16 de enero de 1599, precisamente en instancias en que las
santas fundadoras del Monasterio de la Inmaculada Concepción de Quito sufrían
una cruel persecución de parte de pésimas hermanas del convento, las que habían
iniciado una revolución que tenía por objeto acabar con la autoridad de dicho
claustro. Esto, a tal punto que la madre Mariana, abadesa del convento en ese
entonces, fue encarcelada en una prisión por las monjas rebeldes. En dicho
encierro, la Santísima Virgen le ordenaría la ejecución de una imagen que debía
gobernar el monasterio. Para esto, la Madre de Dios pondría un empeño reiterado
en que fuera medida su estatura. ¿Por qué esta insistente solicitud de la Reina
del Cielo? ¿Qué significado tendría esta apertura tan íntima de su alma?
¿Encierra algún simbolismo? Invitamos al lector a descubrir, en el presente
artículo, el velo de este lindísimo acto de confianza que Nuestra Señora pide
de cada uno de nosotros.
Escudo de la Orden de la Inmaculada Concepción, adornado en sus bordes por el cordón franciscano |
Segunda
medición de Nuestra Señora de El Buen Suceso. Anuncio de la muerte del Obispo
Salvador de Rivera
Transcurrieron once años, y la Santísima Virgen
volvía a insistir a la madre Mariana en la confección de la imagen de El Buen
Suceso, recalcando la suma importancia de esta advocación suya en los siglos
futuros. Para esto le ordena ir en busca del obispo, escogido por la Providencia para consagrar dicha imagen, y decirle sobre la importancia de su elaboración, debiendo ser colocada a la cabeza del monasterio que lo consideraba de su propiedad y así gobernarlo desde allí
La Santísima Virgen decía entonces en aquel día del
21 de enero de 1610, durante su cuarta aparición:
“Aplacarán la ira divina quienes a mí recurran bajo
la invocación de El Buen Suceso, cuya imagen pido y mandes que hagas ejecutar
con presteza para consuelo y sustento de mi monasterio y de los fieles de ese
tiempo [siglo
XX y lo sucesivo]”.
“Esta devoción será el pararrayos colocado entre la
Justicia Divina y el mundo prevaricador, para impedir que se descargue sobre
esta tierra culpable el formidable castigo que merece”.
“Hoy mismo, cuando amanezca, irás a hablar con el
obispo y le dirás que yo te pido mandes a esculpir mi imagen, para ser
colocada a la cabeza de esta comunidad, a fin de tomar posesión completa de
aquello que por tantos títulos me pertenece. Y como prueba de la veracidad de
lo que dirás, morirá él dentro de dos años y dos meses, debiendo desde ya
prepararse para el día de la eternidad, porque su muerte será violenta”. (La muerte de Monseñor Salvador de Rivera se dio el 24 de marzo de 1612)
Ante las órdenes maternales de Nuestra Señora, la
madre Mariana respondió:
“Bella Señora que atraéis mi corazón y lo eleváis
hasta Dios, la imperceptible hormiguita que tenéis ante vuestra presencia no
podrá referir al artista vuestra estatura”.
La Reina del Cielo le contestó, comunicándole una
vez más sus deseos de ser medida:
“Nada de esto te preocupe, hija querida. En cuanto a
mi estatura, trae acá el cordón que te ciñe y mídeme sin temor, pues a una
madre como yo le agrada la confianza respetuosa y la humildad de sus hijos”.
Madre Mariana de Jesús Torres |
Entregando su cordón en tales divinas manos, la
madre Mariana le dijo a Nuestra Señora:
“Reina del Cielo y Madre Querida, aquí tenéis la cuerda
para mediros. ¿Quién la sostendrá en vuestra hermosa frente?, pues yo no me
atrevo”.
Ante esto, y luego de que los tres arcángeles, San
Miguel, San Gabriel y San Rafael, levantaran la imperial corona de la Santísima
Virgen, Ella misma colocó una punta del cordón en su frente llena de belleza,
mientras la Madre Mariana tocaba con la otra punta sus divinos pies, quedando
así establecida la medida para la elaboración de la imagen.
Tercera
medición, 2 de febrero de 1610
Transcurrieron dos semanas y Nuestra Señora
remarcaba que la hechura de la imagen no se podía postergar más. Llama mucho la
atención la disponibilidad que Ella tendría en ser medida nuevamente, esta vez,
por tercera ocasión
El día 2 de febrero de 1610, a la una de la mañana,
la madre Mariana rezaba, como de costumbre, en el coro alto del convento, y a
la vez, meditaba sobre la humildad de María Santísima en el soberano misterio
de la Purificación. Al terminar su oración resolvió ir a descansar. En eso, se
sintió en presencia de su Madre Santísima de El Buen Suceso, que estaba cercada
de luces que esparcían estrellas dispuestas en forma de arco. Así, Nuestra
Señora le dijo, entre otras cosas:
“Con la hechura de mi imagen favoreceré al pueblo en
general a través de los siglos. Ve cuanto antes a hablar con el obispo…y
apresúrate en mandar a esculpirla porque el tiempo vuela y solo dispone de dos
años de vida el actual obispo gobernante, escogido para consagrar mi imagen con
los santos óleos”.
Como anteriormente, la Madre Mariana, no podía
ocultar a la Reina del Cielo su incapacidad muy natural para describir sus
facciones al escultor escogido; y solicitó a la bella Señora medir su estatura.
Entonces la Santísima Virgen le dijo:
“Las facciones de mi imagen no deben preocuparte,
pues serán como yo quiero que sean, para los altos fines a que está destinada”.
“Dame ahora la punta del cíngulo que traes a tu
cintura, símbolo de pureza de la esposa del Divino Jesús”.
De inmediato, la madre Mariana corresponde al pedido
de la Santísima Virgen; y, mientras le tocaba el pie derecho con una de las
puntas de su cordón, levantó sus ojos y vio al Niño Jesús tocando, con la otra
punta, la frente de su Divina Madre, abrazándola con amor de hijo y complacido
por la belleza con que la había adornado al llenarla de gracias, dones y
virtudes para hacerla su madre. Estirándose como elástico, el cordón alcanzó la
altura la altura de la Santísima Virgen. Acto seguido, el Niño Jesús extendió
su mano y lo entregó a la Madre Mariana diciéndole:
“Esposa mía, aquí tienes la tan deseada estatura de
mi Madre Santísima.
“Conserva este cordón con veneración”.
Tres días después, esto es, el 5 de febrero de 1610,
el escultor español Francisco de la Cruz del Castillo, con devoción y
entusiasmo, recibía de la madre Mariana la medida de la altura de la imagen
cuya elaboración iniciaría siete meses después, el 15 de Septiembre, para ser
precisos.
Continuará....
(*) Llamadas concepcionistas franciscanas, las
religiosas de la orden de la Inmaculada concepción, adoptaron desde su
fundación, la regla de santa Clara, convirtiéndose por tanto en una rama de la Orden de los Frailes
Menores o Franciscanos.
Es en honor del Padre Seráfico que ciñen en la cintura el cíngulo o cordón
franciscano
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