Bodas de Plata de la Coronación Canónica de Nuestra Señora de El Buen Suceso

Un aspecto de la Inmaculada Concepción: La Santa Intransigencia






    Para conmemorar la insigne Fiesta de la Inmaculada Concepción de la Reina de los Cielos, se llevó a cabo en Guayaquil, y de manera ya consecutiva, una Procesión en su Honor con la presencia de una imagencita réplica de Nuestra Señora de El Buen Suceso.

    Precedida por la Santa Misa, en el rito de San Pio V, un considerable número de devotos se conglomeró en torno de Ella, aclamándola como su verdadera Reina.






    La historia de Nuestra Señora de El Buen Suceso, como podrá ver el lector en varios de nuestros artículos tiene una íntima relación con su Inmaculada Concepción.


   A continuación Usted, apreciado lector encontrará un otro aspecto de la Inmaculada Concepción, olvidado y quizás hasta desconocido...



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   Imagínese una criatura teniendo todo el amor de San Francisco de Asís, todo el celo de Santo Domingo de Guzmán, toda la piedad de San Benito, todo el recogimiento de Santa Teresa, toda la sabiduría de Santo Tomás, toda la intrepidez de San Ignacio, toda la pureza de San Luis Gonzága, la paciencia de un San Lorenzo, el espíritu de mortificación de todos los anacoretas del desierto: ella no llegaría a los pies de Nuestra Señora.






    Más todavía. La gloria de los ángeles es algo incomprensible al intelecto humano. Cierta vez apareció a un Santo su ángel de la Guarda y, tal era su gloria, que el Santo pensó que se tratase del propio Dios, y ya se disponía a adorarlo, cuando el ángel le reveló quién era. Ahora bien, los ángeles de la Guarda no pertenecen habitualmente a las más altas jerarquías celestes. Y la gloria de Nuestra Señora está inconmensurablemente por encima de la de todos los coros angélicos.

    ¿Podría haber contraste mayor entre esta obra prima de la naturaleza y de la gracia -no sólo indescriptible, sino incluso inconcebible- y la ciénaga de vicios y miserias que era el mundo antes de Cristo?

    A esta criatura predilecta entre todas, superior a todo cuanto fue creado, e inferior solamente a la Humanidad Santísima de Nuestro Señor Jesucristo, Dios confirió un privilegio incomparable, que es la Inmaculada Concepción.

    Como consecuencia del pecado original, la inteligencia humana se tornó sujeta al error, la voluntad quedó expuesta a desfallecimientos; la sensibilidad quedó prisionera de las pasiones desarregladas; 
el cuerpo por así decir, quedó puesto en rebelión contra el alma.






    
Ahora, por el privilegio de su Concepción Inmaculada, Nuestra Señora fue preservada de la mancha del pecado original desde el primer instante de su ser. Y, así, en Ella todo era armonía profunda, perfecta, imperturbable. Su inteligencia, jamás expuesta al error, dotada de un entendimiento, de una claridad, de una agilidad inexpresable, iluminado por las gracias más altas- tenía un conocimiento admirable de las cosas del Cielo y de la tierra.

    La voluntad, dócil en todo al intelecto, estaba enteramente vuelta hacia el bien, y gobernaba plenamente la sensibilidad, que jamás sentía en sí, ni pedía a la voluntad algo que no fuese plenamente justo y conforme a la razón. 

    Imagínese una voluntad naturalmente tan perfecta, una sensibilidad naturalmente tan irreprensible, ésta y aquella enriquecidas y super enriquecidas de gracias inefables, perfectísimamente correspondidas en todo momento, y se puede tener una idea de lo que era la Santísima Virgen. O mejor, se puede comprender por qué motivo ni siquiera se es capaz de tener una idea de lo que era la Santísima Virgen.


“Inimicitias ponam”


La Virgen del Apocalípsis, Bernardo de Legarda 
    Dotada de tantas luces naturales y sobrenaturales, Nuestra Señora conoció por cierto la infamia del mundo en sus días. Y con esto sufrió amargamente. Pues, cuanto mayor es el amor a la virtud, tanto mayor es el odio al mal.

    Ahora, María Santísima tenía en sí abismos de amor a la virtud y, por lo tanto, sentía forzosamente en sí abismos de odio al mal. María era, pues, enemiga del mundo al cual vivió ajena, segregada, sin cualquier mezcla ni alianza, vuelta únicamente hacia las cosas de Dios.

    El mundo, a su vez, parece no haber comprendido ni amado a María: no consta que le hubiese tributado una admiración proporcionada a su hermosura castísima, a su gracia nobilísima, a su trato dulcísimo, a su caridad siempre exorable, accesible, más abundante que las aguas del mar y más suave que la miel.



    ¿Y cómo no habría de ser así? ¿Qué correspondencia podía haber entre Aquella que era totalmente del Cielo, y aquellos que vivían sólo para la tierra? ¿Aquella que era toda fe, pureza, humildad, nobleza, y aquellos que eran todo idolatría, escepticismo, herejía, concupiscencia, orgullo, vulgaridad? ¿Aquella que era toda sabiduría, razón, equilibrio, sentido de las proporciones, templanza absoluta y sin mancha ni sombra, y aquellos que eran todo desmán, extravagancia, desequilibrio, sentimiento equivocado, cacofónico, contradictorio, estridente a respecto de todo, e intemperancia crónica, sistemática, vertiginosamente creciente en todo? ¿Aquella que era la fe llevada por una lógica diamantina e inflexible a todas sus consecuencias, y aquellos que eran el error llevado por una lógica infernalmente inexorable, también a sus últimas consecuencias? ¿O aquellos que, renunciando a cualquier lógica, vivían voluntariamente en un pantano de contradicciones?


    “Inmaculado” es una palabra negativa. Significa etimológicamente la ausencia de mancha y, por lo tanto, de todo y cualquier error por menor que sea, de todo y cualquier pecado por más leve e insignificante que parezca. Es la integridad absoluta en la fe y en la virtud. Es, por lo tanto, la intransigencia absoluta, sistemática, irreductible; la aversión completa, profunda, diametralmente opuesta a toda especie de error o de mal. La santa intransigencia en la verdad y en el bien, es la ortodoxia, la pureza, en oposición a la heterodoxia y al mal. Por amar a Dios sin medida, Nuestra Señora correspondientemente amó de todo corazón todo cuanto era de Dios. Y porque odió sin medida el mal, odió sin medida a satanás, sus pompas y sus obras, al demonio, al mundo y a la carne.

Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción es Nuestra Señoa de la Santa Intransigencia
    

La Niña María, Francisco de Zurbarán
    Por esto, Nuestra Señora rezaba sin cesar. Y, como tan razonablemente se cree, Ella pedía la venida del Mesías, y la gracia de ser sierva de aquella que fuese escogida como Madre de Dios.

    Pedía el Mesías para que viniese Aquel que podía hacer brillar nuevamente la justicia sobre la faz de la tierra;

    La Virgen quería la gloria de Dios por esa justicia que es la realización en la tierra del Orden deseado por el Creador. Pero, pidiendo la venida del Mesías, Ella no ignoraba que éste sería la Piedra de escándalo, por la cual muchos se salvarían y muchos recibirían también el castigo de su pecado. 

    Este castigo del pecador irreductible, este aplastamiento del impío obcecado y endurecido, Nuestra Señora también lo deseó de todo corazón, y fue una de las consecuencias de la Redención y de la fundación de la Iglesia, que Ella deseó y pidió como nadie. Canta la Liturgia: “Ut inimicos Sanctae Ecclesiae humiliare digneris, Te rogamos audi nos“. Y antes de la Liturgia por cierto el Corazón Inmaculado de María ya elevó a Dios súplica análoga, por la derrota de los impíos irreductibles.




Admirable ejemplo de verdadero amor, de verdadero odio.

    

    Reina de todos los apóstoles, Nuestra Señora es, sin embargo, el modelo de las almas que rezan y se santifican, la estrella polar de toda meditación y vida interior. Pues, dotada de virtud inmaculada, Ella hizo siempre lo que era más razonable. Y si nunca sintió en sí las agitaciones y los desórdenes de las almas que sólo aman la acción y la agitación, nunca experimentó en sí, tampoco, las apatías y las negligencias de las almas perezosas, que hacen de la vida interior un biombo para disfrazar su indiferencia por la causa de la Iglesia.






  Su alejamiento del mundo no significó un desinterés por el mundo. ¿Quién hizo más por los impíos y por los pecadores que Aquella que, para salvarlos, voluntariamente consintió en la inmolación crudelísima de su Hijo, infinitamente inocente y santo? ¿Quien hizo más por los hombres, que Aquella que consiguió que se realizase en sus días la promesa del Salvador?


    Estamos en una época parecida a la de la venida de Nuestro Señor Jesucristo a la tierra. En 1928 escribió el Santo Padre Pío XI que “el espectáculo de las desgracias contemporáneas es de tal manera aflictivo, que se podría ver en él la aurora de este inicio de dolores que traerá el Hombre del Pecado, elevándose contra todo cuanto es llamado Dios y recibe la honra de un culto(Enc. Miserentissimus Redemptor del 8 de Mayo de 1928).

    ¿Que diría él hoy?




    Y a nosotros, ¿qué nos compete hacer? Luchar en todos los terrenos permitidos, con todas las armas lícitas. Pero antes de todo, por encima de todo, confiar en la vida interior y en la oración. Es el gran ejemplo de Nuestra Señora.

    El ejemplo de la Santísima Virgen, sólo con su auxilio se puede imitar. Y el auxilio de Nuestra Señora sólo con la devoción a Nuestra Señora se puede conseguir. Ahora, ¿en qué puede consistir la devoción a María Santísima sino en pedirle, no sólo el amor a Dios y el odio al demonio, sino aquella santa entereza en el amor al bien y en el odio al mal: en una palabra, aquella santa intransigencia, que tanto resplandece en su Inmaculada Concepción.
    





(Extracto del artículo “A santa intransigência, um aspecto da Imaculada Conceição, de 
Plinio Corrêa de Oliveira, en la Revista Catolicismo n°45, Septiembre de 1954)