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25 de Marzo: Renovación de la Consagración del Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús
En el siglo 19 habrá un Presidente de veras cristiano, varón de
carácter, a quien Dios Nuestro Señor le dará la palma del martirio en la misma
plaza dónde se encuentra éste mi convento; Consagrará la República al Divino
Corazón de mi Amantísimo Hijo, y esta consagración sostendrá la Religión
Católica en los años posteriores, los cuales serán aciagos para la
Iglesia.
Amamos mucho esta pequeña porción de tierra. Un día será Ecuador. (Y)
será consagrada solemnemente al Corazón Santísimo de mi Divino Hijo. Y a plenos
pulmones repetirán de un confín a otro: La República del Sagrado Corazón
de Jesús. (Revelaciones de Nuestra Señora de El Buen Suceso. Vida
Admirable de la Madre Mariana de Jesús Torres, Padre Manuel de Souza Pereira)
La víspera
por la noche se transformó la capital como por encanto. Las nubes que habían oscurecido
el cielo durante el día, se disiparon súbitamente. En un instante, calles,
casas, palacios, iglesias y monumentos públicos se cubren de luminarias, destacándose sobre el
azul del cielo tachonado de estrellas: cincuenta mil hombres recorren las
calles en todos sentidos, llenos de alegría y entusiasmo en medio de la ciudad
resplandeciente. En la fachada de las casas se ostenta la imagen del Sagrado Corazón,
cercada de flores, de candelabros y ricos pabellones y colgaduras. Globos
aerostáticos con los colores nacionales se elevan en los aires, llevando también
la efigie del Sagrado Corazón con estas inscripciones: ¡El Ecuador a su
protector divino! — ¡Viva la república del Sagrado Corazón! Los oídos se
regalan al eco de magníficos conciertos, coros de niños, músicas militares,
cánticos mil alegres y devotos: los transeúntes maravillados se detienen a escuchar
tan suaves armonías .
El pueblo del Sagrado Corazón preludiaba así las demostraciones del día siguiente. Al salir el sol, salvas de artillería despertaron la ciudad. Las calles fueron al punto invadidas por el gentío que acudía a recibir la comunión reparadora. A las siete, la vasta nave de la iglesia metropolitana se llenaba de hombres de todas clases y categorías; magistrados, militares, profesores, abogados, estudiantes, labradores y artesanos que querían acercarse a la sagrada mesa para consolar el Corazón de Jesús. En la catedral solamente se distribuyeron mas de diez mil comuniones: un pueblo entero en el banquete eucarístico. Nos creeríamos transportados, no ya a la edad media, sino a los bellos siglos de la Iglesia primitiva. Cuando en el momento solemne el órgano llenó el templo de piadosas melodías y el canto de millares de hombres subía al cielo, lágrimas, dulces lágrimas corrían de todos los ojos.
Unido a su Dios, el pueblo ecuatoriano, podía procederse al acto solemne de reparación pedido por el Arzobispo. Hacia la tarde, los Obispos o sus delegados, los demás miembros del clero secular y regular, el presidente de la república con todos sus ministros, los miembros del congreso, el tribunal de justicia, los jefes del ejército y la muchedumbre en pos, tomaron su puesto en el templo. Entonces, en nombre de las autoridades eclesiásticas y civiles, una voz dejó oír este acto sublime de fé nacional que cada uno repitió en su corazón.
Corazón
adorable de Jesús, Rey de reyes y Señor de señores, por quien y para quien
han sido criados todos los pueblos y naciones de la tierra, en acatamiento de
vuestra amabilísima e infinita soberanía, postrados en vuestra divina presencia
todos los poderes públicos de la Iglesia y del Estado, os ofrecemos y
consagramos desde hoy para siempre la
República del Ecuador, como cosa y posesión exclusiva vuestra. Dignaos
tomar a este pueblo como vuestra herencia, reinad perpetuamente en él; acogedle
bajo vuestra soberana protección; libradlo de todos sus enemigos; manifestad a todas
las naciones que el Ecuador es vuestro; probad al mundo que es bienaventurado
el pueblo que os elije por su Señor y su Dios, y haced brillar para siempre en
nuestra República la Gloria de vuestro Santísimo nombre. Después de este
pleito-homenaje del pueblo a su soberano, comenzó en medio de los sollozos de
la concurrencia, el acto de expiación y de satisfacción por todas las ofensas
de que el Ecuador había podido hacerse culpable hacia la Divina Majestad. Divino Corazón de Jesús, Creador del cielo y de la tierra, Rey universal de las
naciones y Dueño absoluto de todas las cosas, Vos sois el Santo, Vos el Señor,
Vos el Altísimo, Vos nuestro único Dios, de quien emanan todo poder, autoridad
y soberanía! Vos; por quien reinan los reyes y dictan lo justo los
legisladores! ¡Alabado seáis por todos los pueblos y gentes; ensalzado por toda
criatura en los siglos de los siglos! Gracias os damos, Señor, por todos
vuestros beneficios, y principalmente, porque en los excesos de vuestra bondad,
os habéis dignado elegir al Ecuador para vuestra herencia, le habéis defendido
de sus enemigos y le habéis colmado de vuestros dones. Pero ¡ay! que en vez de corresponder con gratitud a tantas larguezas,
hemos pecado, Señor, hemos obrado la iniquidad, hemos procedido impíamente, y
nos hemos apartado de vuestros juicios y mandamientos. Pero no miréis, oh Dios piadosísimo,
a nuestras iniquidades, sino sólo a vuestra misericordia: apartad de nosotros
vuestra ira, aléjense vuestros castigos de este pueblo!
En aquel momento se entabló un diálogo tan
conmovedor como sublime entre el pueblo y su intérprete. ¡Por todas nuestras
iniquidades! exclamaba el representante de Dios. — ¡Perdón! decía la asamblea.
— ¡Por los pecados de nuestros sacerdotes! — ¡Perdón! ¡Perdón! Y la voz
continuó sin excusar a ninguna clase de la sociedad. — ¡Por las extravíos de
nuestros legisladores, las culpas de nuestros magistrados, los delitos de los
padres de familia, las maldades del pueblo, las impiedades y blasfemias, los
perjurios y sacrilegios, la profanación de las cosas santas, las revoluciones y guerras fratricidas, los desacatos contra la
autoridad eclesiástica, los atentados contra la autoridad civil, por los crímenes del 6 de Agosto y del 30 de Marzo; en una palabra, por todas las iniquidades!
¡Perdón! ¡Perdón! gritaba con lágrimas la asamblea entera, escuchando estas letanías
de atentados revolucionarios.
Algunos días después
de este acto público de expiación y penitencia, la fiesta del Sagrado Corazón reunía una vez mas a los representantes de la Iglesia y el Estado, felices, por
renovar antes que se cerrase el congreso eucarístico, la consagración solemne
de 1873.
(Renovación de la Consagración al Sagrado Corazón de Jesús en el Ecuador pocos años después de la muerte de su gestor, el Excmo. Señor Presidente, don Gabriel García Moreno. Trechos del libro García Moreno, Presidente de la República del Ecuador, Vengador y Mártir del Derecho Cristiano, Padre Alfonse Berthe, C. SS. R.)
Texto Original de la Consagración del Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús, 25 de Marzo de 1874 |
Una Hora de Gracia: Anunciación y Encarnación del Verbo de Dios
La escena famosa de la aparición del Arcángel San Gabriel a Nuestra Señora constituyó para la humanidad una hora de gracia. El Cielo, que la culpa de nuestros primeros padres había cerrado, se abrió y de él bajó un espíritu de luz y pureza, trayendo consigo un mensaje de reconciliación y de paz. Este mensaje se dirigía a la criatura más hermosa, más noble, más cándida y más benigna que jamás naciera de la estirpe de Adán. Puestas en presencia las dos personas, el diálogo se establece. Conocemos por el Evangelio cuál fue la elevación y la simplicidad inefable de las palabras entonces pronunciadas.
La naturaleza angélica, su fortaleza leve y toda espiritual, su inteligencia y pureza, todo en fin se refleja admirablemente en la figura altamente expresiva de San Gabriel, representado en este cuadro de Fray Angélico. Nuestra Señora es menos etérea, menos leve, menos impalpable, casi diríamos. Y con razón, pues es criatura humana. Sin embargo, algo de angélico se nota en toda la compostura de la Reina de los Ángeles. Y su fisonomía excede en espiritualidad, nobleza y candor a la del propio emisario celestial.
El Ángel es superior a Nuestra Señora por naturaleza. Sin embargo, la Virgen es superior al Ángel por su santidad y por su incomparable vocación de Madre de Dios. De ahí la alta dignidad que ambos —la Virgen y el Ángel— expresan, y también la recíproca veneración con que se hablan. Pero esta actitud tiene aún otra razón más profunda. Invisible, Dios manifiesta sin embargo su presencia en la luz sobrenatural que parece irradiar de ambos personajes y comunicar el esplendor de una alegría pura, tranquila, virginal, a toda la naturaleza. Casi se siente la temperatura suavísima, la brisa levísima y aromática, la alegría que impregna toda la atmósfera.
¿Cómo pintar mejor una hora de gracia? Con un sentido profundo de las cosas, Fray Angélico supo encontrar las líneas y colores necesarios para expresar todo el contenido teológico y moral del episodio evangélico mil veces famoso. Su cuadro es, sin embargo, más que esto: vale por una prédica, pues forma, eleva, anima para el bien a quien lo contempla” (Plinio Corrêa de Oliveira).
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